Corren rumores de que las caricias
aún no han sido domesticadas.
Corren como potros sobre secretos
frondosos, primordiales, impronunciables.
Corren como lobos tras los regueros
de enigmas que rehúyen sus enunciados.
El hombre cree que son suyas, la mujer
imagina que son ellas su destino. Pero
pacientemente insinúan su raíz de selva:
podrían alimentarse vivas de tus manos,
podrían beber heridas de torpe civilización
labio tras labio,
podrían, y esto es un hecho constatado,
revísese cualquier bibliografía, hacer
una sábana de páginas, de dedos, de bocas,
y alimentarse con ese pálpito en el pecho,
con esa ausencia tácita que es casi de madera.
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