No lo esperaba, nadie lo esperaba,
que las cosas no tuvieran el valor
con que nosotros tan nítidamente las valoramos.
Que tampoco fueran valientes, ellas,
que vienen a nosotros, sus monstruos,
para entregarnos el sentido de nuestros actos.
Ni siquiera nos repudian como esmerados sus
dioses, nos olvidan como cosas.
Están ahí al borde del acantilado del
conocimiento, más roto que compartido,
ajenas al escarpado precipicio de la semántica,
al oleaje en perpetua borrasca de lo sentimental.
Quién quisiera que ardieran en la lámpara
de sus nombres, no en la casa incendiaria
de la obsesión, de la vida, de la esperanza.
lunes, 3 de septiembre de 2018
Contemptus mundi VI
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario