Sabemos que la luz; pero, entonces, cómo vivir. Así que digamos que son las cosas. Y entre las cosas y la luz, pongamos los dioses. No diremos que somos nosotros, ni soy yo. Cada cosa, mirada por la luz, iluminada por nosotros, será susceptible de ser un dios. Escribamos o cantemos textos en sombra (la voz es la sombra de la palabra que se escribe).
Cada cual guarde su conjunto de cosas-dioses-sombras como un salón del tesoro, oasis del desierto, pupitre de biblioteca, yo de entendimiento, y se comporte (en el sentido de llevar como compañero siendo otro) en consecuencia. A eso llamaremos religión. Al repertorio del viajero, mitología; al discurso sobre los viajeros y sus bártulos, teología, filosofía, antropología, política o moral.
Ahora bien,
el repertorio de cada viajero, digamos, su maleta, es un repertorio en movimiento. Cada viajero, mientras viaja, porta a su vez un viaje que viaja. Podemos hacer mapas. Los mapas viajan. Podemos hacer itinerarios, de mapa en mapa, de hito en hito, entre unos viajes y otros. Llamemos a eso ídolos: puntos fijos en el repertorio de viajes. Llamémonos a nosotros mismos seres fijos. Finjamos estar quietos.
Y mintamos.
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