viernes, 24 de septiembre de 2010

Los tesoros tientan

IV
Al cabo de un tiempo, se sintió incapaz de distinguir un tesoro de una tentación. En ese estado le resultaba angustioso tener que renunciar a un posible tesoro, o considerar una posible tentación.
A quien veía oportuno (y cada vez más, a cualquiera), le interrogaba, le pedía ayuda, le exigía que compartiera su saber para solucionar el problema. Reservaba un buen lote de horas diarias para estudiar en los libros, archivos, bibliotecas, internet... Asistía de oyente a varias universidades, viajaba a congresos a un lado y otro del país.
Cruzó fronteras imposibles.
Aprendió a encontrar de todo con eficacia. Y, sin embargo, aprendió más bien a resignarse, por no poder asegurar un juicio sobre qué era valioso, deseable, apropiado. Admitió el ácido aguijón de ese terrible compañero y quedó en él una hambre voraz por cualquier diferencia.
Por eso cada mañana se levanta hundido y empujado a cumplir con ansia su castigo.