jueves, 4 de diciembre de 2014

En esto Borges fue muy claro: Averroes utilizó el adjetivo derridá para insultar a Sócrates por su modo insidioso de discurrir. Es más, insinuó que había sido el propio Sócrates el que instó a que cundiera ese rumor que había tenido confundidos a los pensadores del siglo en debates intrincados y crudos: La famosa sospecha de que había sido Derrida quien había introducido con sus propios textos y en falsos textos de cultura, historia y filosofía, el personaje de Sócrates en el discurso occidental. El objetivo de Sócrates, al difundir esta calumnia sobre Derrida, era que pensaran que Sócrates no existía, ni había existido ni existiría nunca, sino que era un personaje de su ficción, pensando que a él le harían caso.
El asunto es más sencillo. ¿Por qué tiene que acabar una noche de amor? Córdoba ha mellado sus murallas y se derrama en mil y una noches. Son millones los cuerpos que se aman. Los lectores de Teseo, el redactor de la historia, debieran saber que el continente es otra isla. Creta y Naxos son o no son la misma isla. Dos amantes dan vueltas y vueltas a la noche y quién puede decir dónde acaba. Los cuerpos no quieren terminar y se abrazan en mil y una Córdobas.
Se dice que cruzaron el mar y que el mar estaba en tormenta, que las olas se levantaban como paredes. Pero ellos habitaban la isla de su barco. Daban vueltas por cubierta, zarandeados por las embestidas del Minotauro. Y discutían. Muchos son los cuerpos que se aman y, en este sentido, la razón humana es poco útil para delimitar los senderos de amor. Sería mejor tener el olfato de un toro.
La gente protestó. Se armó mucho barullo dentro y fuera del Patio de los Naranjos. Se quejaban de que Averroes no era claro y que había empezado a hablar con enigmas. Sócrates se indignó mucho con el público: “¡más respeto!” –les espetó. El rumor de las quejas llegó hasta la sala de oración, atravesó los cientos de recorridos hasta el mihrab, sorteando columnas, y fastidió al imán. Pero los pasos del religioso fueron demasiado lentos. Cuando llegó al patio, otra vez estaban los dos filósofos paseado enfrascados en su conversación. La multitud acompañaba su paseo de nuevo en espectante silencio.
Recuerdo que se me vino la fantasía de que nuestra cafetería era Cnossos, el centro del Patio de los Naranjos, cuyo perímetro interior era recorrido una y otra vez en un sentido por Averroes y Sócrates y en el sentido contrario por Ariadna y Mientras que el perímetro exterior (separado por un fino escaparate) lo rondaba su voz de mujer y sus borgianas palabras.