domingo, 16 de noviembre de 2014

De repente, la figura del gnomo ya no estaba. El detective escudriñó todo lo posible, para asegurarse de que no era un efecto de las sombras y las penumbras. De alguna forma había conseguido salir. No había dado cuenta, no había hecho ningún ruido; pero es que el maimonio tampoco había percibido nada. ¿Se le escapaba alguna otra salida? No. 
Impaciente, en cuanto vio el comedor vacío el detective empujó el mueble. La enorme alacena se deslizó con sorprendente facilidad, con un susurro cómplice y discreto. El detective temió hacer más ruido con su propio cuerpo que con el mueble: le crujían los tendones de la humedad y incómoda espera.
 En esto, volvió a aparecer el escritor, periódico en mano. Miraba sorprendido al detective sin poder articular palabra. David estaba más fresco y antes de las preguntas se abalanzó sobre un detective ya derrotado por toda una noche por las oscuras y asquerosas y húmedas y frías e interminables cloacas. El escritor lo tiró al suelo y lo inmovilizó con su propio peso, con sus manos, sus rodillas y su periódico. Desde el suelo, el detective aún alcanzó a vislumbrar la figura del gnomo salir de la alacena y escabullirse. Como lo viera el escritor, se levantó casi de un salto y fue tras él, más para verlo bien que para alcanzarlo, que era imposible.