jueves, 2 de mayo de 2013

La gente no piensa
sobre el transcurso de la vida y de la muerte.
Ni persona a persona, tampoco yo.
Yo soy el objeto derivable de esos algunos
pensamientos. Una persona, ese transcurso, con otros.
¿Qué es lo que piensa y recojo y tú revisas?
¿Qué lanzada cogemos al vuelo cuando
mi corazón y mis palabras puro trastorno,
te dejas llevar y lo noto, incluso yo?
¿Vas a explicarme con pensamientos?
Tú, lanzada mía, herida mía, cálido enigma
de la pasión a la que pertenezco.

Locus amoenus

El espacio de tu mano mientras escribe es un lugar
y otro, bien veo que diferente, aquel que
dejas posar o arañas mirada o raíz de remoto
brote y ese viaje de pensamiento (dentro del tren, fuera
del tren y el movimiento mismo son paisajes)...
Si atrapas los hilos de una pausa, porque respiras y dudas
dejas desplegado un lugar más que acompaña
a partir
de ahora. Y además está la habitación que te circunda
y el influjo sobre esos objetos y esos otros objetos
que bailan contigo, no te conocen contigo, y todo ese jazz.
Empezamos a hablar y este lenguaje
es el mundo mientras se desmorona.
Un fuego nuevo en el que ardemos juntos.
Es curioso: ahora que ha vuelto la primavera
y ha vuelto el olor de aquellos días y su sangre
–suena la misma música, tinta la misma luz–
es cuando ya no pienso en ti como he estado pensando.
Ahora que veo venir el (ilusorio) final de estas regatas
y esto que digo va perdiendo su sentido
al paso que una palabra se sigue a otra palabra.
No es un conjuro. No es un tratado de misterio.
Es un desconocido para mí, este momento escrito.