viernes, 1 de marzo de 2013

Cuando uno crea un mundo quiere vivir en él.
Construir una vida es una labor atenta al descuido,
así de inevitable un querer sencillo se escapa de las manos.
Por otra parte, desconocidos y extraños detalles irrumpen
a sacarnos de lo que creemos nuestra tarea y cómo cuadrarlos.
Las paredes tienen entonces el mismo frío helado de la sangre.
Es descorazonador, esa es la palabra.
Tú eres ese mundo mío y mi vida y el día que se levanta.
Así dicho, queda extraño, insólitamente traído de otro
país y corazón, economía y leyenda.
Tiene sus labios en mi rostro en señal de despedida.
Por este amor de superficie
porosa navego y quisiera
bucear cuál es su
contextura su densidad
después de tanta caricia y tanta
ausencia y esta realidad
que en oleajes se me queda
impregnada de un tú tan difuso
que apenas queda olor de tu memoria
que no hiera cristal y dura
boca.
En el balcón en esta casa al filo
del acantilado escucho los suspiros
que el viento arrastra rastrillando las olas.
Hace cierto fío y añoro los gusanos y los ruidos
que me hacían
la vida imposible.