viernes, 26 de septiembre de 2014

Elegante genuflexión para atarse los cordones de los zapatos. Antes de alzarse, la puerta le parece enorme, anciana o mítica. Pero está cerrada. En la fachada hay un roto, pequeño, bajo: casi tiene que arrastrarse o escurrirse de lado para entrar, arrancando otra dosis de seca masilla al deterioro. La grieta, no obstante, parece desde dentro aún más estrecha que antes. Ha atardecido de repente. El zaguán (gigantesco o angosto, son sombras, nubes, sus límites) está hinchado por partículas de polvo, flotan, iluminadas desde algún lugar impreciso. Los libros y los escombros se confunden. Están por todas partes, accidentando el suelo.