lunes, 18 de febrero de 2013

Mensajero de Dios, olvida mis palabras.
Contamos con la eternidad.
Cuando sube la marea se ocultan
las puertas de nuestra casa. Entramos
en la lluvia. Salimos en esas historias
de barcos alados y sombreros.
Esta puerta enderezada por ancianos,
presta oídos de resina a la envidia.
La puerta azul y naranja lijada de escarcha
entretiene a las olas contando chistes de llaves.
Y la tercera puerta, no siempre cerrada,
bajo la que se cobijan algunas legiones romanas
que cantaban epigramas a coro, en las bisagras,
en los idiomas de un corazón cansado.
Se ha quedado sola, de frío y de agua, la casa.
Lámpara incompleta. Luz de ironía fragmentada.
Continua ilusión de ausencia y sus sombras.