martes, 13 de enero de 2015

AQUILES Y LA TORTUGA. XI de XV

Aquiles pasó todo lo que quedó hasta el invierno buscando el rastro de aquella tortuga. Por supuesto, no lo halló. Cada momento era una frustración auténtica: por un lado, confirmaba su nueva idea de que los pensamientos no se podían capturar, que nada se repetía al alcance del nuevo momento; por otro, sentía confirmada la absurda sensación de su esperanza, imperturbable. Toda distancia era indestructible; el movimiento de sus pasos, también indestructible.
La búsqueda se convirtió en un acto tenaz. Cuando cesaba la veía como una actividad de por sí ajena e impuesta por sí misma, como un vicio. Carecía de sentido; pero ahí estaba. Para alejarse de esa búsqueda pensaba en volver a la ciudad. Sabía no obstante que la búsqueda no desaparecería en su mente y, de alguna manera, seguiría buscando. Imaginaba además, los distintos encuentros en la ciudad generando sensaciones nuevas, irrepetibles, incapturables, indestructibles. De hecho, sólo su memoria y su imaginación ya lo llenaban de esas situaciones. Entonces se veía a sí mismo, imaginando, rehuyendo, como hacen los hombres con el lenguaje, obviando los encuentros con sus frases (imaginaciones) repetidas. Se aburría de sí mismo y se ponía a buscar la tortuga.

AQUILES Y LA TORTUGA. X de XV

A partir de ahí, la tentación del suicidio no llegó a abandonarlo. La notaba ahí como un achaque más. Apenas tenía fuerza, pero ahí estaba. ¿Cómo es posible? Su pensamiento la veía siempre como algo absurdo, una fantasía errónea; pero la veía, ahí estaba. Pensó Aquiles entonces que no sólo él era indestructible: cualquier pensamiento era indestructible. Caprichoso y sin límites, igual que Dalila, cualquier ocurrencia se convertía en la dominatrix absoluta de toda la ciudad. La ciudad de su mente estaba poblada por miles de pensamientos ellos mismos indestructibles. Y cada pensamiento sobre ellos, a su vez, indestructible. Si quisiera acabar con ellos no podría, sólo crearía nuevos pensamientos de destrucción. Si quisiera protegerlos no podría, sólo crearía nuevos pensamientos de protección. Y así, junto a ellos más debilidades y más amenazas.
Si hubiera querido recuperar o capturar alguno de sus pensamientos, tampoco habría podido. Todo lo más, crear un nuevo pensamiento de captura, mientras el otro, libre, permanecía indestructible.