sábado, 9 de mayo de 2015

Rigor sublimado

En alguna parte tu rutina te pasa revista.
Desde aquí la imagino y envidio –no puedo
evitarlo– cuanto haces y no llego a imaginar.
Oigo de ti apenas la punta del iceberg
que quisiera que fuera mi memoria que sólo
es un reflejo en el hielo de la muerte.

Catorce tripas de quitar

La salud fue la apuesta máxima.
Muchos ojos pendientes de la jugada,
pero sus vistas eran demasiado lentas:
entre los átomos viajaba el poder muy seriamente
entre los átomos viajaba el amor muy seriamente.
La risa les lanzaba incertidumbres
desde nuestros secretos.

Algarabía y cuello

Dormiría disuelto en tu cuerpo
si tuvieras la paciencia de mi aburrido seguir.
Podría probar un hueso de tus dedos
y dejarme allí un ojo o media boca
y tú destejerías el discurso de muerte
que tan continuado.
La caricia o pestaña entre el ombligo el azul
del antiguo jarrón sobre la vieja repisa
que el gato ni siquiera llegara a rozar
con mi lógica revisaría sin los automatismos
que en el goce del tiempo no llega
al final.
Sabes que yo entonces grulla en tu sexo
del invierno dictado sin fisuras
en el manuscrito de así debe ser dicho
gime cuando en este punto sensual licuado
perfectamente en tu recitado sobre la belleza
si descolocas de aquí y ocurren cosas
desmigado el mantel de orgullo desvelado
de ti.
Algo evita el movimiento.

Algarabía y cuello

Érase yo, alegoría implacable,
enlucido en creeres de este mundo
obviando en el discurso la palabra
tú, que te imagino estocada a
estocada de aún no descubierta esgrima,
perdona mi indolente empeño de fachada.
Orgulloso de un arte riguroso de espada
incapaz de admitirte hiriendo como herida.