miércoles, 23 de septiembre de 2015

Tesela y mosaico

Hablamos sin saber qué hablamos.
Si lo supiéramos, hablar no sería necesario,
y antes del acto ya nos saciaría el silencio.
Pero como no lo sabemos, hablamos
sin poder ni querer ni saber evitarlo.

Lo que hablamos nada sabe de nosotros.
Si lo supiera, cuidaríamos mucho
de pronunciar en voz alta ese saber
que nos hiciera exactos en el oído del otro.
Pero como no lo sabe, libremente
hablamos de lo uno y de lo otro
fingiendo un exhibicionismo de máscaras
que mienten más que nosotros.

Pero sólo hay saber en el habla.
En el silencio bailan los secretos.
Allí es donde el poder es poder
y el querer es querer, y el saber
cree saber, porque como no dice
nada no puede saber que no sabe
de lo que habla.

Tesela y mosaico

El significado está en movimiento
pero se percibe como estático y hecho.
El significado de movimiento
no deja de moverse, pero lo percibimos
como estático; por eso, jamás hemos hablado
del movimiento. El lenguaje habla y se mueve,
y el significado de lenguaje se mueve, pero
lo percibimos como estático y hecho; por eso
jamás hemos hablado del lenguaje.

El significado está sin acabar. Nos entregamos
a un juicio de lo definido en fragrante traición;
pero como nuestra traición se mueve, el significado
no nos guarda
rencor, y sigue con su movimiento consciente
de su implacable victoria.

El significado de lo que somos está en movimiento.
Aquel que percibimos acabado ya no sabemos
qué significa, y hablamos de él sin saber
que hablamos de otra persona,
que también significa
y también se mueve.

Tesela y mosaico

Hay al menos tres lugares distintos.
Uno en el que el autor es algo distinto de su obra.
Realmente no la conoce.
Otro en el que la obra es algo distinto de su autor.
La obra es ahí un objeto dado, exento de creador.
En otro lugar, el autor y su obra tienen un diálogo
en el que uno es el reflejo del otro y viceversa.
Este último es un lugar inventado, y está siempre
siendo creado por alguien que es un lector 
del autor y de la obra, y de la lectura y de su creación.

Esos tres lugares viven ajenos unos a otros, como pájaros
posados en ramas distintas de un árbol. La existencia
de ese árbol es hipotética y no será demostrada.

Hay un lugar en el que la obra no tiene idioma.
Si tuviera idioma, el idioma mismo sería la obra.
Para que esto no suceda, la obra se da una sola vez.
Donde hay memoria, la creación no tiene lugar.
Donde hay creación, la memoria juega a masticar
el cuerpo de un encanto seducido por su sonrisa
o su boca.