jueves, 30 de octubre de 2014

Días de lágrimas. Se escuchaba el rumor de los llantos superpuestos unos a otros, calle tras calle, ventanas y balcones. Era difícil sustraerse cuando alguien, vecino, cercano, desconocido, lloraba por la misma tristeza que uno acababa de calmar. Y la tristeza llamaba al anhelo, irritaba el deseo. Así que, por ejemplo, Magda salió saltando por su ventana y enfiló decidida calle arriba, como en trance. Llora y arde mientras anda. A mitad de camino, se encontró con Santiago que venía a por ella. Y así muchas otras situaciones que aún no se escuchaban, pero que harían temblar la ciudad durante las semanas siguientes. Porque tras el beso inicial Magda y Santiago desembocaron en una pastelería cercana y siguieron besándose y abrazándose casi caídos en las mesas. La dependienta, rebosada por la pasión de los amantes en su propia urgencia, cerró el local y los dejó solos para salir en busca de su propia pasión; Magda y Santiago pronto intuyeron y por suelos y mostradores dieron rienda suelta al sexo, por todo cuerpo, suelo, ropas y pasteles.
Igualmente aquí y allá, y la ciudad rugió de gemidos y carreras de cuerpos buscándose y destrozo a garganta eterna. Y los gritos de unos alentaban el placer de los otros. Así fue muy difícil parar. Ninguna pareja (o grupo) quería detenerse antes que cualquiera. Y seguían allá y allá. Chasquidos y jadeos ondulaban a coro en mar de tejados y persianas o cortinas. En los bancos públicos.  En los preñados jardines.
Los niños estaban nerviosos e impotentes. Comprendían y no comprendían. No era exactamente la libertad la que los dejaba solos, tampoco el miedo. Pero escuchaban a sus padres y a sus hermanos cerca o lejos amar y desesperarse. Y los ancianos se consumían a sí mismos como llamas en recuerdos ¡en recuerdos!
Los pocos en la ciudad que estaban solos no pudieron resistirlo y decidieron escapar, abandonar, huir. Algunos coincidieron en la salida y los más valientes se abalanzaron en las puertas mismas, en las plazas o en los coches y se unían al clamor de besos y lenguas. Los que sí salieron de la ciudad no pudieron alejarse mucho, pues en el fondo no soportaban perder el grave palpitar sonoro de tantos cuerpos. Abandonaron los caminos y se instalaron como alimañas en los campos de las afueras.