lunes, 13 de diciembre de 2010

V
.....Como era de esperar, el primer ataque vino atraído por los conejos que cazaban Hugin y Munin. Tres grandes lobos, grises e hirsutos, se presentaron arrugando el hocico y avanzando con paso lento y marcado. Mientras ellos hacían alarde de sus fauces, en las sombras se intuían otros rumores al acecho. Louis sacó su cuchillo (limpio y dentado, brillaba al fuego de la hoguera) y usó su mochila de escudo (o tal vez para parecer más grande). Asumiendo en sus movimientos el ritmo del líder, intentó hablar tan sólo con la mirada. Detrás de él, se acurrucaban los niños: Tomás y su esfuerzo por ocultar a los inquietos hurones bajo su camisa.
.....Louis cogió los conejos humeantes y se los mostró a los lobos. La tensión se volvió entonces un infierno de gruñidos. Como estableciendo un pacto, Louis dibujó con su brazo un lento movimiento de ballet y los conejos volaron lejos en la continuación del trazo. Tras ellos corrieron los lobos y toda la cohorte de sombras. Así se salvaron. Luego, Louis intentó explicar a los niños que, en realidad, los animales habían sido bastante honestos, porque si los hubieran atacado por sorpresa, sin duda los habrían aniquilado; aunque algún lobo hubiera salido mal parado.
.....Pero a Tomás aquel tributo no le pareció muy valiente.
.....En los días sucesivos, Louis exigió prescindir de la caza lo máximo posible. Por su puesto, era fundamental que no se separaran en ningún momento. Por muy honestos que dibujara a los lobos, su depredación no desaprovecharía una víctima gratuita. Era imposible, les decía a los niños, que ninguno pudiera sobrevivir por su cuenta al ataque de los lobos. Y, aunque él sí podría hacer frente a un lobo con ciertas garantías, les decía también, herido como estaba no podría superar a toda una manada atacando a la vez. Debían permanecer juntos, como los mismos lobos.
.....Como era de esperar, la presencia de lobos anunciaba un tipo concreto de paisaje: rocas, riscos, bosque, ríos... Era su terreno, los humanos eran intrusos. Incluso en su doble papel (muy humano, por cierto), se sentían intrusos: eran lobos para los gamos, y liebres para los lobos. Las largas noches de frío habían rociado hambre por todas partes, y el hambre alimentaba el valor de esos asesinos. Se les sentía siempre rondando, incluso sobre el oleaje en las copas de los árboles. Y lo peor, es que probablemente fueran manadas distintas día tras día, a medida que el paisaje avanzaba. Nunca los conocían. Los tributos y los pactos no duraban.
.....Su rondar era peor que el frío: no sólo les impedía dormir, sino que se colaban en sus sueños, como una amante obsesiva. De día ocupaba sus estrategias; de noche sustituían a los dioses.
.....Y como era de esperar, la tensión se rompió en una descarga insostenible. En un mal momento los dos hurones se alejaron, quizá no más que de costumbre, y Tomás los llamaba con insistencia. Las voces ya preocupaban a Louis, pero Tomás tampoco atendía a sus alarmas. Louis insistía en que siguieran adelante, a lo que Tomás acabó respondiendo adentrándose en el bosque con rumbo inquieto llamando ¡Hugin! ¡Munin!
.....Ahora era Nuria quien sufría por la lejanía de Tomás, mientras Louis la retenía fuertemente, sin avanzar, cubriéndose las espaldas junto a un gran árbol. La voz del muchacho se volvía más ininteligible mientras proliferaban aleteos, graznidos y roces del viento. Nuria gritaba también ¡Tomás!, y como un animalito intentaba escaparse de la presa del soldado. Y se oyeron pisadas, esas pisadas que ya reconocían tan bien, a un lado y a otro del bosque, como la firma de una intención garabateándose invisible por todas partes. Una intención feroz que brotara de las entrañas mismas de las piedras y su naturaleza.
.....Nuria se escapó en busca de su hermano. Louis, cuchillo en mano, corrió detrás de la niña. También notó a los lobos corriendo en alguna parte, sabiendo dónde era el sitio mejor para atraparla. Y Nuria ya no corría guiada por las voces de Tomás, sino rehuyendo el crepitar de las pisadas: los lobos le dictaban. A la vez, Louis imaginaba a Tomás rodeado de fieras, o corriendo, o bajo el escarbar de sus garras. Estaba acostumbrado a esas situaciones, era un trance de guerra: algo en él lo movía antes que él mismo. Acertó a atrapar a Nuria, y en un sólo movimiento se la subió como un fardo al hombro. La niña pataleaba y chillaba; estaba histérica. En ese mismo momento, dos lobos cambiaron de rumbo y aparecieron frente a él ni dos segundos, guiándolo sin querer hacia la otra presa.
.....Lo que encontró, ya desde lo lejos, pintaba peor que mal. Tomás intentaba con éxito dudoso mantenerse agarrado como un gato al tronco de un árbol. Cuatro lobos saltaban y le daban zarpazos en las piernas. Los más jóvenes conseguían trepar un poco y le asestaban una dentellada; pero en el mismo movimiento caían a plomo al pie del árbol. La sangre y la ropa desgajada alentaba a los lobos, los volvía locos, y saltaban con mayor frenesí y a cada salto, Tomás se descomponía un poco más. El tronco era demasiado ancho y sus fuerzas más bien escasas. Ninguno se dio cuenta de que llegaba Louis.
.....No alcanzó nada que arrojarles antes de llegar, y con Nuria en el hombro no estaba dispuesto a perder su cuchillo. Los alcanzó como un elefante: de una patada lanzó a uno de los lobos lejos de todos y con el cuchillo consiguió herir a otro, con el que se sirvió inmediatamente para golpear a un tercero. Tomás cayó en ese instante, con los brazos tensos como cuerdas. Sin soltar a Nuria, Louis se colocó encima del cuerpo de Tomás. Los lobos aún se mostraron agresivos hasta que el lobo herido pudo escapar gimoteando. Viendo la escapada franca, los demás le siguieron y desaparecieron entre la maleza.
.....Los tres humanos se desplomaron uno sobre otro, una vez más al abrigo del árbol. Allí se quedaron hasta que se concretó la noche, lo que tardaron en recuperar el aliento. La herida de Louis había vuelto a abrirse, mojaba de sangre las ropas. El frío era aún persistente y el hambre también les argumentaba a ellos. Al menos esos lobos de esa zona les dejarían tranquilos unos días; las noches, seguirían entrando libremente, pisadas y dientes, en sus fantasías.
.....Con la hoguera encendida, los hurones volvieron silenciosos a refugiarse en la camisa de Tomás, quien los recogió entre sus maltrechas extremidades.