sábado, 11 de octubre de 2014

Me decidí por fin a visitar la exposición esa misma tarde. Crucé el pequeño patio de entrada y ante mí se abrieron las modernas puertas automáticas que atestiguaban la completa remodelación del viejo palacete. Para mi sorpresa, no encontré las cerámicas, figuras y lienzos de los que tanto me habían hablado. La sala principal tenía las paredes casi cubiertas con pequeños textos mecanografiados, algunos manuscritos, algunos vilmente impresos. Los textos contenían pequeñas descripciones y relatos. No me convencía; pero como los cinco o seis curiosos que pablaban la sala además de mí no parecían muy extrañados, decidí imitarlos y me dediqué a inspeccionar los textos.
Pero la primera elección, al azar creía yo, me hizo topar con un pequeño resumen de mi llegada a la exposición. Turbado fui a comprobar otros textos; por supuesto, hablaban de otros asuntos. Comprobé concienzudamente que la probabilidad jugaba en contra del suceso, antes de volver a inspeccionar mi lectura inicial. Consideré interrogar a algunos de los visitantes para contrastar impresiones; pero eso mismo estaba escrito en el texto y algo en mi interior decidió rebelarse. Así que quise ser metódico: intenté leer todos y cada uno de los panfletos. Mucho antes de que desistiera ya había descubierto que habría sido imposible. Las paredes ofrecían una hidra de lecturas que ningún humano o aparejador podría haber colocado.
Algunos textitos parecían referirse expresamente aquella misma circunstancia. Eran conjeturas, pues ninguno era tan claro y tan explícito como el primero. Al cabo de unas horas (tanta mi ofuscación) mi criterio para interpretar el significado directo o indirecto de las narraciones se había relajado mucho y cualquier cosa podía ser la clave de mi propio gesto indagador.
En una de las ocasiones en las que descansaba mi pensamiento paseando simplemente por las galerías, vi desde lejos a la mujer que tanto me había llamado la atención en el recital de la otra tarde. Cambié de interés y recogí valor para hablar con ella. Mi natural timidez me desvió de nuevo a rebuscar entre los textos, buscando aquel en el que se describía como iba a saludarla.