sábado, 15 de noviembre de 2014

Bueno, no creo que ninguna mujer fantasee así –concluyó Sara–, esa es sin duda la fantasía de Estúpido, pero puesta del lado de la mujer. Exacto –respondió David–, lo has comprendido inmediatamente... –pero Sara se levantó, dejó el texto en la mesa y se puso a recoger los restos del desayuno–. Me hubiera gustado exponer una fantasía realmente femenina, pero no me las cuentas...
Sara salió de la habitación, indiferente. Más real –voceó desde la cocina–, la situación es muy forzada, inventada... David pensó que desde fuera seguiría pareciendo inverosímil, aunque ella lo fantaseara bien real. Cogió la cuartilla de su texto y la releyó minuciosamente. Sara volvió a por el vaso de David.
Desde detrás de la alacena, el joven detective observaba la estampa. No pudo entender el complejo de gestos, rápidos, sutiles, que Sara le dedicó a su pareja mientras le retiraba el vaso: ella lo miraba decidida y fugaz, su mirada era un látigo que ondulaba en torno a David en el disponer de sus brazos; David estaba enfrascado en su ejercicio literario, intentando captar en el texto la mirada que se perdía por no atender la expresión corporal de Sara.
El joven detective, cansado y con su preocupación puesta en otra cosa, no atinó a comprender la macedonia de significados de aquellos significantes: los obvió en un ademán de reproche hacia la pereza del hombre. Tal vez el gnomo, con su mirada inescrutable, sí comprendía el empeño del escritor, la actividad de la mujer, la ignorancia del detective.