lunes, 29 de septiembre de 2014

Guardaba numerosos planos en láminas y cuadernos. El lugar de las puertas en cada calle y las ventanas. La disposición de dormitorios y salones, así como de los patios accesibles. Los tejados. De las grandes casas centrales tenía detallados los pasillos secretos, los accesos furtivos a las cloacas, a las catacumbas, al lago interior que soñaba por debajo de la ciudad como un corazón de agua inventada. Era aquel el producto de una ardua labor de escritura. 
Posiblemente de noche, tal vez en las más bulliciosas fiestas locales, visitaba los hogares en los que sabía que había historias de amor. Cuando él mismo se enamoraba, buscaba cómo provocar la relación entre amables. Les creaba el deseo y la distancia suficiente como para que escribieran correspondencia proporcionada al amor que en algún momento sintiera él mismo. No podían saber que les había provocado el amor sólo para robarles las cartas.