lunes, 21 de noviembre de 2016

El imperio del Yo

En aquel tiempo, las mujeres
del emperador estaban en todas
partes. Cualquiera
de sus amantes podía ser
quien gobernara los suelos, atentos
a los pasos, uno tras otro, calle tras calle
de la ciudad sin fin y del bosque sin fin,
quien gobernara los cielos, atentos
a las plegarias, boca tras boca, lengua tras lengua,
en una jerarquía burocrática de deseos humanos.
Las mujeres sonreían y jugaban a la venganza.
Los hombres eran jugetes de un amor, siempre
por inventar. Yo
fui uno
de ellos y por un breve futuro
fui dueño de un imperio.