martes, 28 de septiembre de 2010

Tomé su miedo prestado

VIII
Era cuestión de tiempo que alguien se tomara en serio preocuparse por él. Contemplar ante sí sus objetos personales, como si fueran la naturaleza muerta de un gran genio. Mirar listados de números, nombres, apellidos, direcciones... Hacer preguntas. Visitar gente y lugares.
Por supuesto, siempre interrumpían escépticos, gente normal, hechas a la vida.
–¿A qué esta obsesión? ¿No es uno más de tantos? ¿Porqué él y no otros?
–Miraba sus gestos entre sueños –respondía –, sus pasiones y su respiración incluso. Durante un instante, breve como un recuerdo, rocé sus esperanzas, toqué sus alegrías, tomé prestado su miedo... y ahora debo encontrar la forma de devolvérselo.