domingo, 30 de noviembre de 2014

Entonces llega el joven Teseo. Esto es: el significante extranjero se vuelve deseable. De inmediato, la casa familiar destapa su insuficiencia, cobra un tufillo incestuoso al que habrá de llamar Minotauro. Pero ese tufillo es ella misma, educada en los brazos de su padre y en la sexualidad de su madre. Por supuesto, Ariadna lo que desea de entrada es que Teseo, el pensamiento extraño, la ame, tal como es, con cabeza de vaca y todo. Pero Teseo, como puñetero ateniense, tiende a la dialéctica –aquí los del bando de Sócrates refunfuñan, pero el propio Sócrates ha comprendido la cariñosa ironía de Averroes y zanja el asunto con un gentil bufido o una sonrisa– y discute las incongruencias de la ideología minoica.
Sócrates, incomodado por ese comentario de Averroes, decide llevar el discurso a otros derroteros. Alega que no es tan conveniente interpretar el encuentro entre estos dos jóvenes como un combate de ideologías. Como si cada cual supiera. Porque además, puede que Ariadna fuera una mujer sabia, hija de su padre (le da a Teseo la sorprendente idea del ovillo, en la que el héroe jamás habría caído de por sí; "¡hombre!, aquí Ariadna es tratada como una musa para Teseo" –Avi, no te desvíes, le reprocha Sócrates); pero Teseo es un bruto, un soldadete, un mandado.
–Claro, claro: aquí está ese típico disfraz de ingenuidad, de torpeza, de ignorancia... cuando bien sabemos cómo sois todos los atenieses.
–Olvida ya ese empeño en picotearme –ataja Sócrates.
Ariadna decide que Teseo despierte a su amor. Teseo, hombre que es, no se espera la pasión de Ariadna; para comprenderla y soportarla la confunde con la velleza, con la jubentud, con el blaser de los plesos y abrañazos. Pero la paciencia de Ariadna va tejiendo y sembrando itinerarios para que Teseo la reconozca como Minotauro.
Cuando hablaban del Minotauro tenían que hacerlo en voz muy baja, casi un susurro, para no excitar los oídos maliciosos de los fieles que venían a rezar. Ni siquiera les bastaba con eso (cada vez que pasaban junto a la sala de oración, la de hermosos arcos e incontables), así que cuando nombraban al Minotauro lo llamaban Ariadna, unas veces, otras veces Teseo. Y como la conversación se prolongó tanto, muchos no llegaron a enterarse nunca de este código, lo que dio lugar a enconadas controversias mucho después.