miércoles, 2 de noviembre de 2016

III. La incomodidad de la prisión (b- "la injusticia")

     –No entiendo por qué eres tú el único de Atenas que espera que se cumpla la sentencia.
     –Sí, los demás se toman las leyes así, verdad, como meras predicaciones, sin consecuencias. Ahora digo esto, pero hago lo otro. Monto una revolución. Asesino. Siempre en nombre de la ley pero nunca acatando las leyes. Y yo, el enemigo de la democracia, el perverso corruptor de la juventud soy el único que cumple ahora, ¡y no por gusto!, sino por sencilla vejez.
     –Pero si también te niegas tu propia vejez.
     –¡Que ya soy viejo! Pero conviniendo en lo que dices, también es irónico que, siendo esta ley natural la única que el hombre cumple de todas formas, yo mismo, acatando las leyes de una injusta democracia, que me acusa de despreciar a los dioses, incumpla en nombre de la ciudad la ley principal de los dioses.
     –Tú mismo dices que es una injusticia, y este juicio será visto de otro modo cuando pasen estos tiempos y estos gobiernos.
     –¿Y no es injusta la vejez, que le quita al hombre el gobierno de sí mismo precisamente por haber cumplido con las leyes naturales de la vida? Así, esta democracia me hace preferir sufrir la injusticia de las leyes de la ciudad a ser injusto como las leyes de la naturaleza.
     –No tienes por qué obedecer las leyes. Ya eres oficialmente un delincuente, de los más peligrosos. Peligroso para el futuro.
     –Hay tantas leyes, que resulta imposible incumplirlas todas. Hagas lo que hagas, seguro que obedeces alguna.
     –Vivimos en un tiempo terrible en que las leyes mienten y los dioses se equivocan.
     –¿Quién se atrevería a vivir en un mundo al revés?
     –Cómo es eso.
     –¿Y si todas las leyes se cumplieran siempre, y si todos los dioses dijeran la verdad?