miércoles, 3 de septiembre de 2014

Remington pensaba muchas veces en su vecina Liz, la que vivía justo encima de su piso. Dado que ambos pisos tenían el mismo diseño, imaginaba que cuando Liz se movía lo hacía en realidad en el piso de él, o viceversa. No siempre imaginaba que compartían movimientos, a veces los superponía. Por ejemplo, suponía que cuando él cocinaba, ella también cocinaba justo en el mismo punto y en la misma posición delante de la encimera. Se confundían entonces él con su cuchillo pelando patatas y ella con el suyo cortando ajos, por ejemplo, y ambos despojos caían delante confundidos. Y se imaginaba pidiendo permiso o perdón por interrumpirse al coincidir en el chorro del grifo al lavarse las manos.
O esquivándose por los pasillos. Imaginaba que Liz caminaba siempre descalza, porque rara vez escuchaba sus pisadas, incluso cuando la había visto subir o sabía ciertamente que estaba en casa. O, si oía las cañerías jugueteaba con la idea de compartir la misma actividad en el cuarto de baño, lo cual era una situación tan vergonzosa como cómica. Ambos se lavaban los dientes frente al espejo. Ambos soltaban las cosas y se recostaban, cada uno sobre su sofá, a escuchar música o ver la tele, o ambas cosas. Ambos hablaban con teléfono con sus respectivos conocidos, con sus respectivos problemas. Nunca se imaginaban hablando entre sí, porque la más mínima palabra lo despertaba de su fantasía, como un gesto nos avisa de un sueño.