Así que cuando Sócrates volvió a casa, tuvo la sensación de que el asunto definitivamente se había desmadrado. Los que antes lo miraban mal se iban a convertir en auténticos enemigos. Todo por la notoriedad de aquella sanción pública que le había otorgado el oráculo. O solo por un encuentro fortuito, un cruce entre el camino occidental de Atenas y el hábito de Sócrates de componer canciones bajo las encinas.
–Ya te decía yo –le recriminó Jantipa– que acabarías trayendo el desastre a esta casa, con tanto incordiar a la gente.
–No te burles, que el asunto está crítico. La política se está volviendo violenta y a cualquiera le vengo bien para desviar sus culpas. ¡Con estos voy a acabar en prisión!
–¡Cómo van a meter preso al hombre más sabio de Atenas! –replicó Jantipa mientras buscaba desesperadamente algo pesado que lanzar a la cara de Sócrates.
–Pero, ¿y si me meten preso?
–Ya te decía yo –le recriminó Jantipa– que acabarías trayendo el desastre a esta casa, con tanto incordiar a la gente.
–No te burles, que el asunto está crítico. La política se está volviendo violenta y a cualquiera le vengo bien para desviar sus culpas. ¡Con estos voy a acabar en prisión!
–¡Cómo van a meter preso al hombre más sabio de Atenas! –replicó Jantipa mientras buscaba desesperadamente algo pesado que lanzar a la cara de Sócrates.
–Pero, ¿y si me meten preso?