lunes, 15 de noviembre de 2010

I
.....Louis Irving no durmió apenas esa noche. Los dos niños sí: exhaustos, sus cuerpos respiraban encogidos como dos sacos, con agitados sueños, pero sin mover un ápice su postura fetal. Los miraba, como el que mira una sombra que nunca fue un objeto. ¿Cómo reconocer en ellos a los hijos insignificantes del matrimonio que le había atendido? ¿Cómo podían ser esos duendes invisibles que le habían estado siguiendo y robando esos dos días? ¿Y qué habían de ser a continuación?
.....Por poco que les gustara, la opción más evidente era desandar lo andado. Perder otro par de días más ya tampoco supondría tanto. Era lo más evidente; pero ¿cómo devolverlos a casa? Puede que volvieran a escaparse y no tener entonces la suerte de encontrar a nadie que les ayudara. Puede que hubiera alguna razón importante que les empujara a abandonar a sus padres (aunque no pudo intuir nada malo en ellos). Tal vez su relación empeorara precisamente por este suceso... La determinación de los niños parecía fuerte. Sería ingenuo pretender obviarla.
.....Hacia atrás sólo había fantasmas. Cargar con ellos... ¡qué remedio entonces! ¿Y hasta dónde? Desde luego, no iban a ser ya un contratiempo mayor de lo que fue su herida; pero igualmente era imposible que le acompañaran hasta el final. ¿Debía entonces dar por anulada su misión?
.....Bueno, en realidad eso tampoco tenía que decidirlo ahora. Seguirían adelante y ya irían viendo. “Yo tengo una misión –pensó que les diría–, y mi misión no sois vosotros. Vosotros tenéis un objetivo, y tampoco yo soy ese objetivo. Vosotros me necesitáis, yo no os necesito; pero ya que vamos a estar juntos, habrá que ver cómo nos favorecemos mutuamente”. ¿Podría hablarle así a unos niños? Era demasiado racional, demasiado legal. ¡Fíjate cómo su simple presencia destroza tu tranquilidad, tu templanza!, ¿y pretendes ser razonable con ellos?
.....Tal vez hubiera sido más práctico mantener aquella extraña relación de compañeros de viaje: dejarse perseguir, dejarse robar, hacer cómo si no se hubiera dado cuenta, hasta llegar al próximo pueblo. Pero, sin duda, esa no era una buena opción para ellos, ni para su ánimo.