jueves, 4 de septiembre de 2014

Remington vivía, usualmente, solo en su piso. Liz, al menos desde fuera, parecía llevar un estilo de vida similar. Mañana de trabajo, tarde de solteros, noches variadas fuera y generalmente la misma dentro. De vez en cuando, uno u otro, llevaban amigos a sus casas, amantes, novios. Durante los casi diez años que fueron vecinos, cada cual tuvo parejas más o menos estables, ninguna especiamente importante a posteriori, que perturbara su dinámica de juventud.
Tal vez sea necesario explicar por qué jamás hizo nada Remington por tener más relación con Liz. Explicar esta necesidad también resultara conveniente, tal vez. La razón, convenza o no, es sencilla. Las distintas fantasías de Remington se desarrollaban en pequeños lapsos independientes. Cada fantasía no se relacionaba con ninguna otra de ninguna otra faceta del pensamiento de Remington. Era algo semejante a un movimiento involuntario de nuestros dedos sobre el cabello, o a la técnica personal con que apretamos un interruptor o atamos unos cordones. En realidad no estaban unidas entre sí. Pensemos en Remington en un gesto en una habitación, fantaseando con ese mismo gesto cohabitando con Liz, y solo el gesto y no ellos mimos.
Por esto, cuando alguna vez se cruzara con Liz en la escalera, no sentía necesidad alguna de ir más allá, pues intuitivamente ya tenía satisfecha su intimidad con ella. Hablaban del tiempo en esas conversaciones fáticas entre vecinos. No pensaba en Liz al abrir la puerta, todo lo más abriendo la puerta. No pensaba en Liz si pensaba en su trabajo, en su familia, en sus amigos, o en las noticias, acaso si se sentaba, en el momento de sentarse, si se levantaba en el acto de levantarse. Ni mucho menos pensaba en Liz cuando hablaba, por teléfono, y menos aún cuando tenía visita. Pero por otro lado, que hubiera allí alguien con él, que amara a alguien, que pensara en alguien, no impedía que al recorrer el pasillo imaginara que Liz pudiera recorrer el mismo pasillo con sus pies descalzos, portando algún objeto de turno o vistiéndose o desvistiéndose. Unos pensamientos no influían sobre otros.
Acontecían con la impetuosa y rudimentaria combustión de una estrella fugaz en el intenso firmamento de distintas noches. Con su rápido boceto de deseo que no ha sido apuntado.