miércoles, 17 de julio de 2013

Placer, siempre amante
de uno mismo. Pero
como –atentos ya hemos cambiado–
el uno mismo es imagen y memoria
y el placer no piensa ni rememora
amante el placer extraña constantemente.
Por eso, a penas pausa, el placer se diluye,
se difumina, se va desvaneciendo como el azúcar
en un café turbio. Queda el Yo en poso.
Él sí piensa y rememora y juega
con sus imágenes –él no sabe que son
copias del placer sin placer sólo memoria–
hasta que vuelva el placer amante
de otro uno mismo. El yo, apenas causa, poso
del placer y las distancias.

Arquitectura de Orfeo

¡Cómo! ¿Que no hay color en tus besos?
Abro un paréntesis: vivimos y nos besamos
(comienzo un viaje por trozos cuerpo por cuerpo,
pregunto a los músicos de la orquesta
–cuerdas en los dedos viento en los labios–
no son como en las películas, ante las que
nada antiguamente comíamos palomitas
y refrescos sueño contigo en la piscina
jugar con toda esa alegría salpicante
y tus curvas deslizándose, te veo
tomar apuntes en las clases de...
yo me sentaba detrás de ti, de tu cabello,
aprendí mucho en esas clases,
música, cine, natación, palabras,
ejercicios llenos de pasión que mi mente
ideaba debo volver de la mano cariño apretado)
y nadie ni yo sabremos del irisado tono
que se nos echa encima al bersarnos.