martes, 4 de octubre de 2011

Amanecer

En estas horas de fuego y rosas, negocia el día
con su propia oscuridad. Nuestros sueños esperan
a que su enfermedad se resuelva en las cosas.
No podría soportar esta deliberación un instante más.
Parpadeo y es otro quien ocupa mi lugar en esta locura.
Con qué facilidad se hacen protagonistas los objetos.
Basta un tintineo, una mirada, apenas
un roce que senos atraganta. Un rayo
que nos devolviera tan solo a la química. ¡Tan quietos!

Los ciegos no sabrán cómo arrancarme los ojos.
Los sordos nunca han oído cómo cercenar sus manos.
Con un filo de mi cráneo grabo en las paredes
de mi prisión mi deseo de ser libre.

Pero ajeno a las superficies los fantasmas
no entienden ese idioma.

Ardo por que envíes tu mirada, y no seas la muerte.