martes, 2 de diciembre de 2014

Porque qué sabrá el joven Teseo de cómo quiere ser tocada una mujer. Y él va aprendiendo a trazar placeres sin ley. Y mientras discuten, Teseo habla de la incomodidad, de la barbarie, de la dureza del continente. Ariadna le cuenta los saberes de la isla.
Por un lado, el mito refleja un ideal: el del hombre que quiere quedarse. Pero ese querer quedarse es en el hombre la tentación constante de volver a su casa. Ama a la mujer, y el sexo es un acto de conquista, conquista común de un mundo nuevo, que es ella y es lo extraño, lo ignoto para ella. El hombre entrega a la mujer un hilo para que mate de orgasmos a la bestia, pero en ese mismo instante ya quiere volver, y la mujer se queda sola, abandonada al placer incompleto.
La bestia mujer, que no ha conocido a la humana simplicidad del extraño lenguaje del continente, es derrotada por el encuentro amoroso. El hombre bruto que no conoce el bestial lenguaje de la mujer aprende a ser humano como ella. Todo un ideal. Porque lo cierto es que el mito lo que dice es que Teseo no aprende nada, el hombre (sólo porta un mito, el lenguaje). Ariadna en cambio, después de conocer al hombre, y la obediencia del hombre, y el abandono del hombre, y la ceguera del hombre, el hombre que apenas soporta su cabeza de cabestro sobre sus hombros, la mujer, Ariadna, en la nueva isla que es, ya está preparada para conocer al dios, el auténtico hombre, Dionisos, embriagador, el multiforme.
Durante décadas y siglos y miles de años, horas seguidas pasaban Ariadna y Dionisos dándole vueltas a la islita (romántico y sensual, desenfrenado paseo por la playa), comentando lo absurdo del abandono de Teseo. Juntos se ríen de la niña Ariadna, cuando sueña con un joven de extraño lenguaje de más allá de la isla. Juntos reviven el encuentro del primer hombre y la primera mujer a embestida limpia y cruel y elegantes requiebros y caricias. Juntos comentan sus antiguas pasiones. Si quisieran podrían salir de la isla; pero no lo ven necesario: el tiempo y el lenguaje ya saldrá por ellos.
¿Por qué digo que es un ideal? Está claro que para que dos desconocidos, de dos mundos tan diferentes como Teseo y Ariadna se encuentren, uno ya tiene que saber y estar esperando. Porque si cada uno fuera el minotauro del otro estarían siempre buscándose a sí mismos y alejándose precisamente por esa búsqueda. Sólo podrían encontrarse por error, en el lapsus en que dejaran de buscarse. Y serían otros.