jueves, 13 de noviembre de 2014

¿A quién vas a creer? Al caer de golpe todo el peso del frío, el agua de ducha fuerte el cuerpo entero estremeció, hombros prietos hacia atrás, hacia delante. El agua seguía precipitaba desde su cabeza cabellos abajo, cuello abajo, por pómulos y labios, pecho abajo, manos abajo, barriendo sequedades impunemente. Y luego el fluir, corriente de agua fresca por todo el cuerpo. Si estuviera bajo una poderosa cascada tropical, la sensación sería la misma. Si fuera niña de nuevo jugando con las mangueras del patio, sería la misma. Si estuviera zambulléndose en medio del océano, desnuda y feliz, sería la misma.
Le dio al agua caliente y todo se volvió un abrazo, de golpe. El agua quería entrar en ella, casi vapor, o nube, por cada poro de piel, por cada poro de sentimiento. Como no, invadía la habitación entera y se entregaba a las paredes. El vapor era un hombre que la rodeaba milímetro a milímetro. La piel del cuello y de la espalda mordieron el sueño, pero no. Llamó entonces fuerte y claro, atravesando la mampara su voz –¿puedes traerme una toalla?– y el baño y el pasillo para que viniera y la viera, perfecta y mojada. Entre tanto vertió el gel en la esponja, y empezó a frotarse bien sugestiva para cuando él llegara.
Pero el estúpido entró, dejó la toalla y volvió a irse. La decepción fue aún mayor cuando sabía que la había mirado y había visto su disposición tópica, cinematográfica, de postal erótica, dispuesta y sonriente.
Con todo, al instante le vino imaginar que en su lugar entraba su amante y entraba decidido con ella y compartía el vapor con ella y se mojaba haciendo gestos de impresión, el precio de su deseo, y cerraba la mampara tras él, no del todo. Ellos dos encerrados en aquella cabina a gel y espuma. Ellos dos encerrados bajo el vapor, sobre el agua, entre las manos y las manos. Los cuerpos se deslizaban fácilmente entre sí, chocaban una y otra vez al más mínimo movimiento, la pátina de agua y gel. Buscaba su sitio el pene erecto apretando sus caderas blandas. Pero sus pechos eran más amables. Pero sus caderas eran más amables. Aquí las manos y allá ahora fuertes, pierna y espalda, ahora suaves subían espalda, espalda y nuca, y nuca y pechos (esa demora del cuello que ahonda la clavícula, casi al hombro), no podían apretar y se deslizaban. Las manos y los cuerpos. El agua sobre ellos incesante y el vapor. Él la besaba, ella le chorreaba con la esponja desde la cabeza o en el hombro o en la espalda o en torso amplio. Él la miraba y ella apretaba su polla firme, nada escurridiza, y lo abrazaba y tentaba su dureza y volvía a abrazar.
Estúpido mientras tanto estaba –imaginaba ella– justo al otro lado de la pared enfrascado en su lo que sea que lo tenía entretenido, como estúpido que era. Si se distraía, podría escuchar el rumor sordo de Amante y ella jugando tras la pared, chocando con la mampara. Escucharía las palmadas, los chasquidos, los jadeos y las risas, si no fuera un estúpido. Estúpido vuelve al baño a lavarse las manos; pero todo el vapor condensado en el espejo y la mampara traslúcida no le deja ver: tendría que fijarse muy bien (porque ella ha posicionado a Amante de manera que Estúpido pudiera ver los arrebatos de la penetración, o el torso de los dos cuerpos deslizarse agua por la mampara) para verlos. Y si los viera, se enfadaría y ella se correría de odio. Ahora mismo. Y si los viera, él se uniría al juego y ella los dejaría porque los ama.
Estúpido está a punto de darse cuenta. Ha terminado de lavarse las manos y quiere secarse con la toalla que él mismo ha traído. Golpea la mampara sin querer. Apenas unos centímetros lo separan de los dos cuerpos al borde del éxtasis. Amante le ha dado sin querer a la manivela y el agua cae de golpe fría como sus demonios. Ella y el frío se unen en un orgasmo insoportable. Podría caer de tanto placer y destrozarse sus piernas témpanos que le arden, pero él la sostendría y tendría que flotar como el vapor en el placer del agua. Podría volcarse y derrumbar la mampara con todos los cuerpos derramados y el agua de la manguera ingobernable disparada por todas partes, por todas partes. Busca con sus dedos la manivela, que es otro pene caliente y frío pero que se resiste por su propio placer, por sus propios espasmos de congelación y fuego.
Cierra el agua, abre la mampara y coge la toalla casi a tientas.