miércoles, 25 de febrero de 2015

Cadena o escalera de celdas

Pone su mirada al caer la noche:
son las estrellas un techo de destinos.
Toda su civilización
ha ido poniendo en tierra otras
estrellas con tecnologías diferentes
para quedarse. Y este
es el capítulo primero.

Yo mismo, conduzco mi habitáculo
por estas carreteras dictadas.
No es una ilusión: muevo el volante
y el mundo se desplaza en consecuencia
y obedece las causas de mi movimiento.
Tanto que, si quiero, puedo discutir
contigo o soltar el volante y tocarte
en el hombro, en la rodilla, en el pecho.
Capítulo segundo.

Sean las paredes de su casa, su oficina,
su cuarto, que con tanto celo protege,
que con cuánto esmero decora con
caricias robadas al vecino desorden.
Paredes entre las que colocar estrellas, viajes
donde educar los gritos. Y este
es el capítulo tercero.

Incluso desnudo soy fiel.
Aquí, entre mi boca y mi cama,
recorro cuanto ha sido dicho,
escondo lo nunca escuchado,
relamo todos los secretos
en los que me verán entregarme
al olvido. Capítulo cuarto.

Quien calla escucha atentamente
la algarabía de su cuerpo
mil-localizado. Y piensa
que es libre porque sabe
que tiene
qué mear. Y ese
es el último capítulo.