sábado, 23 de mayo de 2015

El tiempo se pierde

Insisto (no sé por qué, qué me lleva a pensar
que no está claro, que no fue comprensible): odio
el repertorio de individuos que fui sin conocerte,
incapaz de imaginar que eras como eres;
odio el otro repertorio que no te recuerda
cuando imagina que no serás como eres
o no te imagina en absoluto, que es de todos
los yos el más deleznable (y junto al cual,
sin embargo, también permaneces). Odio,
mientras tú estás aquí, amando, sin saber
muy bien cómo, este que se entrega.

El tiempo cura

Sobre este planeta han merodeado,
civilización tras civilización,
estéticas magníficas y delirantes,
que destilaban como abejas
eso que destilan las abejas.
Y hoy nacen ingenuas mentes perversas,
dispuestas a no darse por enteradas,
a desatar los más variopintos egoísmos,
hermosos como flores, cálidos como las cosas
que sabemos que son cálidas.

El tiempo huye

Voy a los saludos como un cobarde. Elijo
de entre todos el mismo idioma. Procuro
enunciar alguna interjección de moda
que haya perdido su auténtico significado
–si es que alguna vez lo tuvo “realmente”–. Pienso:
“la mejor conversación no es más que un largo saludo”;
pero eso lo pienso después, como queriendo obviar
lo que ha pasado.

El tiempo es oro

Lo que has comprado pesa mucho, pesa demasiado.
Encorvado por el peso vas hundiendo barbilla
hasta que la punta de tu nariz llega a las rodillas
y te dicen burlonamente moneda andante.
Tú sonríes, humilde y amable, sigues la gracia;
pues es lo que hacen las monedas, congenian,
alardean del rizo que salpica en las fuentes.