martes, 7 de octubre de 2014

Aprovecharon que Alex y Luis habían llegado al momento álgido de la partida. Estaban enfrascados en los lances y las apuestas. Aunque se hubieran dado cuenta de qué más sucedía, no se hubieran arriesgado a distraer su concentración. Así que subieron las escaleras (Marta delante y Papel detrás, volviendo la cabeza a cada rato, como si hubiera algún peligro) y entraron furtivos en el estudio.
Ernesto los miró entonces desde su lámpara pobre y moribunda. Papel y Marta se pararon como estatuas bajo el umbral, abrazados y sonrientes, con la mirada fija en Ernesto. Escaleras abajo llegaba desde la oscuridad el sonido vibrante de Alex y Luis, partida y espectadores. Al cabo de unos segundos, la pareja juzgó que Ernesto era inofensivo, un útil más de la mesa de estudio. Entraron en la habitación y se echaron en la tristísima cama, que los recibió con crepitante energía. Ernesto encanchó su mirada en el perseguir de labios. Se apresuró a recoger sus apuntes, sus cuadernos y sus libros, al tiempo que desviaba los ojos una y otra vez, alerta, hacia la pareja de amantes. Papel había descubierto el pecho de Marta, que se erguía entre las ropas empujado por una mano firme que buceaba entre sus pliegues (luego una masa de luz, pierna encendida de mujer que surgía y volvía a sumergirse, dispersó las falsas tinieblas) . El pecho de Marta brillaba atrayendo sobre él toda la escasa luz. Chasqueaban las bocas aquí y allá, en bocas y cuello. La lengua en el pecho no sonó. A la ropa que crujía al frotarse nadie le hacía caso. La cama reía nerviosa. Ernesto oyó, quizá por primera vez, los ruidos de la partida bajo sus pies. Apretaba sus libros con sus dedos ateridos. Marta hundió sus delgados brazos cintura abajo de Papel.