miércoles, 12 de noviembre de 2014

Es esta la puerta. Una puerta que no parece una puerta. Está un poco antes de la pared, por eso nadie la sospecha. Si se abre uno queda emparedado entre los muros. La puerta del ladrón. Para abrirla hay que destrozarla. No queda más remedio: astillar las astillas más pequeñas. Estoy enloqueciendo. Pronto saldré salpicado por el surtidor de alguna fuente, en esta o en aquella otra plaza. Seré la locura brotando gratuita hasta las bocas entusiastas de los turistas. Si no salgo pronto de esta oscuridad mi locura será real y miles de tesinas rubricadas la darán por constatable. Y cuando vuelva a las cloacas (porque habré de volver, no queda otra) partiré de aquí, no empezará de nuevo, sino que retomaré este mismo punto en el que la puerta es la astillas de las astillas posibles de una puerta posible en la hipótesis de una imaginación.  Por más que arriba en las calles vuelva a ser sensato.