miércoles, 9 de noviembre de 2016

y IV. La custodia del legado (b- "no habla como un borracho")

     El joven no podía adivinar hasta qué punto había acertado en su vaticinio.
     –¡Aristóteles de Estagira! ¡Hermias de Atarneo! Encomiables amigos, nobles hijos, excelentes alumnos.
     –Nada tengo de noble linaje.
     –Bueno, al margen de las consideraciones legales, yo diría que el médico de un rey es tan noble como la propia familia del rey.
     –Siempre que el médico acierte a conservar su legitimidad –bromeó Hermias.
     –Así habla un príncipe.
     Y el viejo consideró este comentario un permiso explícito para unirse a la mesa, sin abandonar sus ademanes y su tono de borracho empedernido.
     –Aquí: Cristólibo de Atenas, hijo de Critón de Atenas.
     Critólibo guardó un breve y expectante silencio. Luego continuó, sin cambiar su humor.
     –Como jóvenes extranjeros, es de esperar que estos nombres no os digan nada. En cambio, como académicos de comprobada excelencia sí deberíais conocer el nombre de mi padre. ¿Acaso no habéis compuesto en la Academia un libro sobre mi padre? No, ciertamente; tal vez sea una de las obritas que el joven Platón escribió antes de marcharse de Atenas. ¿No conocéis la obra de vuestro maestro?
     –Tu padre es Critón, el amigo de Sócrates.
     –Yo estuve con mi padre y con Sócrates el día en que el viejo maestro bebió la cicuta. Y sé perfectamente que el mismo Platón no estaba allí ese día. Ahora, es curioso qué bonito libro escribió sobre mi padre y qué poca atención muestra con el hijo.
     El anciano volvió a guardar silencio. Comprobando que sus dos jóvenes interlocutores se mantenían expectantes, retomó su discurso.
     –Sé que todos me ven como un viejo. En eso tengo que darles la razón a todos. Y es porque me siento en el final de mi vejez que me he decidido a hablaros. Sé que me veis como un borracho fracasado; aunque en todo este rato ni si quiera os habéis percatado de que me mantengo absolutamente indiferente a vuestras jarras y tampoco recuerdo que me hayáis visto iniciar alguna empresa que haya llevado al fracaso. Algunos me confundís con un cínico; no sé por qué, pues siempre he cumplido con las leyes y no he molestado a nadie. Claro que mi presencia, de por sí parece molestar a algunos. ¿Por qué será esto?
     »Platón y los discípulos de Platón y los colegas de Platón detestan a Cristóbulo. Hubieran preferido que mi vejez hubiera sido más corta. Pero yo estaba esperando. Vigilaba y esperaba hasta encontrar a alguien como vosotros. Alguien como tú, joven Aristóteles, y tu amigo, el joven Hermias. ¿Y por qué los académicos detestan a Cristóbulo? ¿Por qué merodeo y vigilo el desprecio de Platón? Tal vez porque yo conozco algunos de sus secretos, tal vez porque yo mismo oculto los secretos que el mismo Platón se devanaría los sesos en ocultar si los conociese.
     –Amigo, este viejo no habla como un loco borracho.