brillarían estridentes los olores sobre nuestra piel amarga.
Sin nada de eso, gozaríamos minuciosos con el dolor
y su incomparable paleta de variantes.
Y, sin dolor, nos zambulliríamos mil veces en las incertidumbres.
Y, si ni siquiera tuviéramos esto,
seríamos dioses y de nuestro vacío brotaría lo impensable.