miércoles, 14 de enero de 2015

AQUILES Y LA TORTUGA. XIII de XV

En los largos meses que pasaba solo, añoraba aquellas conversaciones. Tanto que estaba tentado de bajar a la ciudad; pero pronto sabía qué pasaría: allí encontraría el lenguaje otra vez como ceguera y las pasiones desenfrenadas. Pero claro, la tentación se quedaba allí como un achaque más. Ahora, él mismo imaginando y rememorando las pasiones urbanas no era suficiente; así que aguardaba con paciencia. Recogía con pasión a los extraviados, con tanta desesperación como ellos encontraban el refugio.
En los largos meses que pasaba solo, se dedicó a hacer pergaminos con sus pieles. En ellos escribía conversaciones improvisadas. Imaginaba que hablaba con extraños y buscaba en esos escritos sus extrañas respuestas. Por supuesto, escribía sobre las conversaciones que recordaba. Aunque a veces tenía la sensación de inventar, sólo recolocaba fragmentos.
Cuando llegaban huéspedes, encontraban algunos de esos pergaminos por la cabaña. Ya no sólo encontraban la conversación en la voz de Aquiles, también en los escritos. Pero en esos escritos los huéspedes se reconocían a ellos mismos y les agradaba saber que pertenecerían a futuros escritos.

AQUILES Y LA TORTUGA. XII de XV

Aquiles se construyó un refugio en las montañas, para vivir trampeando así sus propios pensamientos hasta que encontrara alguna solución. El refugio, no obstante, resultó muy útil a otros tramperos, montañistas y viajeros que se aventuraran con más riesgo de la cuenta por aquellos bosques espesos. Por tanto, no estuvo del todo solo, y de vez en cuando tenía conversaciones que duraban días enteros, mientras permanecían en el refugio, la mayoría de las veces con hombres de aburrido lenguaje.
Sin embargo, descubrió que, solos y desvalidos, aquellos hombres eran más flexibles y tolerantes a las palabras del otro. En cierto modo, le recordaban a sus antiguas amantes, que se enganchaban fascinadas por la pasión del encuentro. Esa pasión, en forma de gratitud, encontraba en la escucha de sus refugiados. Pronto, claro está, cuando volvían a sentirse seguros, derivaban a su cómoda conversación prefijada; pero, poco a poco, el frustrado Aquiles conseguía avivar el fuego de su pasión y sostener tertulias inolvidables. Es así que, con el goteo de aquellas conversaciones hospitalarias, Aquiles se fue reconciliando con la convulsa creatividad del lenguaje.