sábado, 5 de noviembre de 2016

III. La incomodidad de la prisión (e- "las ideas")

     –Pero si el hombre sabio es el que sabe, pero el saber es propio de las ideas y no del hombre, ¿no estamos ante dos enunciados imposibles de casar?
     –En efecto, a pesar de que ambos enunciados nos parecen verdaderos y se refieren al mismo suceso, que es el saber del hombre. Es más, si sabemos esto es porque somos hombres que, al menos esto, sabemos. Ahora bien, queda por dilucidar si es en virtud del hombre que sabe o es en virtud de las ideas.
     –¿Acaso crees que las ideas existen por sí mismas, sin que ningún hombre las piense?
     –Esa sería una interesante hipótesis. ¿Y si fuera así? ¿No serían esas ideas las garantes de la verdad del mundo? Sería ese mundo un mundo propio de auténticos dioses. Los hombres quedarían reducidos a cuerpos ignorantes que soportan el extraño efecto de las ideas sobre el mundo.
     –Si los hombres fueran meros portadores de ideas, no serían ellos mismos virtuosos, sino que la virtud estaría a cargo de esas divinas ideas. Tu mundo de ideas le niega al hombre virtud alguna.
     –Así es de terrible. Ahora comprendes como yo, por qué puedo pensar que la sabiduría ha sido un invento terrible.
     –¿Piensas con ideas? ¿Cómo es posible que alguien haya inventado la sabiduría?
     –Ya hemos explicado cómo sería un mundo poblado por ideas divinas. Ahora mirémoslo desde un punto de vista distinto. ¿Y si saber no consiste en adquirir un saber, sino en inventarlo? Así, la virtud del hombre sabio sería como la del cantante que genera su voz, la del atleta que impulsa su carrera o la del poeta que compone su canción. Una vez creadas, las ideas, a él y a su virtud ya no le competen como hombre sabio.
     –¿Insinúas que aprender es contrario al hombre sabio?
     –Si consideramos aprender como adquirir ideas, sería como convertir al hombre en ese cuerpo ignorante que soporta la carga del mundo divino. Si consideramos aprender como el arte de generar ideas, ¡nada más oportuno para el hombre sabio!