miércoles, 31 de diciembre de 2014

Célula o celdas que hacen de mí.

Pero qué está pasando.
En decenas finos chorros de agua
chocan contra mi piel y estallan.
Estallan unos contra otros.
Me rodea un tropel de agua y vapor
que cae en muchas muchas direcciones.

Abro la mampara. Me rodea el vapor
y el espejo que está en la posición de siempre,
de siempre. Los azulejos abrazan la humedad que se condensa
por cuatro, más suelo y techo, seis
lados de infancia y de bruma.

Salgo hasta mi cuarto donde recojo las piezas
claves con las que quiero escapar de mi desnudez.
Me voy desprendiendo de ella, buceo, hasta que me peino. Llaves.
El piso entero se apaga. Esa oscuridad no seré yo.

Ahora me rodea la ciudad que se mueve para abandonar
el año, aunque esta noche no terminará nunca.
Cruzo las calles; pero vaya donde vaya
las fachadas me rodean. Algo se oye.

Estoy rodeado de conversaciones que caen
en no sé qué risas. Sé, así lo he estudiado,
que no faltará la música y el placer, desde cuándo queda constancia
de que esto empezara. No se cansarán 
nunca mis sentidos.

No sé cómo intento salir de los brazos de esta mujer.
Es mi mujer. La quiero más de lo que mis manos
intentan expresar. Miento. No intentaba salir
de sus brazos, sino de su amor, no, de su memoria.
Miento. No intentaba. No sé. Salgo y vuelvo. 

Este sudor no acabará nunca. 
Este semen, este alcohol.
Este calor no acabará nunca.
Sus besos me rodean como si fuera 
nunca. Cada vez más viejo. Cada vez más amado.
Esta historia me rodea, tan pequeña como es.

El cansancio es un espía que abre las puertas a los sueños.
Entran sigilosos pero irónicos. Harán otro lugar.
Tejen. Bailan. Matan. Riegan. Bañan. 
Allí todo es abierto, todo es conocido.
Excepto lo que me toque 
en suerte recordar.


martes, 30 de diciembre de 2014

Escalera con pisadas de gato

El tiempo, con su mirada de gato
nos ve como personas buscando.
Rehúye porque no comprende nada más.

Afanado buscando doy un paso.
Él se mueve vigilante y pega un salto
a la cortina, la persiana, la ventana.

Está tenso porque nos ve sufrientes,
pero no sabe lo que buscamos.
A la calle, al árbol, a la casa.

Yo no sé si sé lo que busco.
Creo y en mi creer ignoro al gato.
Al anaquel, al libro, a la página.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Risa y punto

Estamos hechos de muchos mundos
y en ninguno de ellos
vivimos.

Conocí una vez un mundo
en el que te conocía etc
y en el que vivía (cerca o lejos
cuánto relevante) contigo.
¿Vivo acaso en ese mundo que conocí un día?

¿Vivo acaso en el mundo de la burla cuya mirada
estoy a punto de inventarme?

domingo, 28 de diciembre de 2014

Nada se repite

Ciego futuro fruto de invención
nos fue imposible.
Como llegada desde lejos,
como llegada de otras veces
la lluvia hasta este ahora
que es sin duda su casa,
su habitación, su cama.
Aquí ablando las calles todavía
rodeado de objetos ya tasados.
Has sorprendido al tiempo mientras lee
tu presencia y su impúdico mandato.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Debes saber

Tienes tango sin trampa en la ternura,
nata nutrida en la metanatura
de la noción no tienes.

Debes besar basándote en los vasos
sacados de los sacos de los casos
de ese latín que debes.

Quieres creer que quien conoce cada
rincón con roca casi acariciada
firma en el fin que quieres.

Vuelves porque volvió su vista al suelo.
Cuando volvió dejó cantado el vuelo.
Lo que dejó, revuelves.

viernes, 26 de diciembre de 2014

El sello de la dicción

Esto viene cocido por el fuego del decir y la caldera de la escucha. Una fuerte reticencia tira de mí en cada enunciado, como si de unas bridas se tratara. Y es por la más o menos reciente convicción de que enunciar asienta un matiz en un trono, mientras los otros huyen exiliados y dejan de actuar. Quien no tiene esto en cuenta mantiene una relación tal vez peligrosa con lo que escucha decirse a sí mismo y el decir de otros. Acaso esta prudencia sea una exageración.
La intuición de ese lugar es un delirio.
Porque una cosa es suponer que detrás de su enunciación hay un lugar, otra cosa muy distinta es sentir que a través de la enunciación uno siente ese lugar, el lugar preciso. Como ese lugar es previo o está fuera de la enunciación, no es verbalizable. Al explicarlo se desvanece como un sueño. Si lo explicara se convertiría en un delirio contundente. No explicarlo alienta la depredación de la fantasía. No tenerlo en cuenta es imposible.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Opuestos

El cansancio y el deseo no tienen objeto;
pero ambos harán que tu ánimo se pose
sobre un lugar que confundirás con tu origen
o tu destino.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

La grieta en el cristal es la puerta de su casa

Nadie
se siente
atrapado por su espejo.

Tiene opinión secreta
sobre su propia estrategia.

El diseño está tomado
por aquellos que aún
no considera sus amigos.

Vinieron con el fruto
de su arriesgado robo.

Nadie ni siquiera sabía
que se lo estaba agradeciendo.

martes, 23 de diciembre de 2014

Él o yo.

Vengo mareado porque la música
ha jugado conmigo
y yo creía que te amaba.

Llego zarandeado porque el trabajo
ha sido fiel conmigo
y yo creía que te amaba.

Quedo escarmentado porque el placer
ha caligrafiado conmigo
el dictado de su obsesión
transparente, sincera, cruel,
y yo creía que te amaba.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Tus labios o tus dedos volaban

Ahora que te hablo desde el exceso
imagíname embriagado por el estupor y la sorpresa
que era el descubrirnos mutuamente.
Imagíname intentando comprender, mientras
conducía por la autovía, ya sabes, tu posición.
Imagina la punzada frustrada en la alegría
cuando te imaginaba allí presente.
Imagina mientras nadaba jadeando ocupando
de nuevo mis pensamientos, no haberte olvidado.
Imagina el dolor de muelas o el tirón de huesos
del necesito decir o reanotar la escucha.
Tú que admites haber sido en ese instante
el peso o las palabras en mi cuerpo.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Meditabundo

Parece el corazón una coraza.
Va regresando sangre a su pasado
y cazos de caricias a la cara.

Tramas raspas de paz mientras respiro.
Cueces trozos de boca atragantados
y un estribillo torpe que permito.

Repaso esta razón y de repente:
¡se va a quemar, se quema, está quemado!
Ponme un mantel de amor, de ti, de siempre.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ignorantes

Uno reflexiona con su yo confiando
en que su reflexión haga desaparecer
las asperezas (eufemismo) de su condición.
Un niño curado por el conocimiento adulto.
Y no la memoria que destroza
a mí personalmente aunque yo
no debiera ponerme como ejemplo de nada.
La belleza que destroza, a mí personalmente.
La herida y la felicidad que me reconcilian contigo.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Para nadie más

En esta habitación blanca
nos hemos estado inventando.
Inténtalo otra vez, tal vez resulte.

Hemos extendido nuestra conversación
en esta habitación larga
que sigue llegando justo hasta aquí.

Cuanto quedó por decir,
cuanto quedó por contar,
en esta habitación pasa.

Quien se asome verá la humedad
abriéndose camino, como es normal
en ella.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Rastreo de tus huellas

Se dice del reguero de esperanza,
del arroyo tenaz
que se aleja de los hombres enfermos
y sus sombras, que quiere dar por cierto
el espacio y la piel,
tu palabra y su sombra.
Se dice de la espada del momento,
de la tundra callada.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Otro día

Llego a casa después
de la tertulia pública.
Preñados los oídos,
ignorantes las bocas.
Hemos puesto los odios
en su sitio. Copiamos
llantos, plagiamos risas.
Hablar sólo contigo;
pero se interponía
el gesto social siempre.
Llego a casa después
y ahora cuando escribo
espero la mordida
de la cama de invierno.
Y tu cuerpo apretado
escapando del frío.

martes, 16 de diciembre de 2014

Arranque

Piel que arranca lluvia sobre el tiempo
pelada a roble empeño
a yo soy
palidece tanto en la memoria
palma de amianto tan tonta
mi amor
palpita algunas veces
pulcra de runas creces
o no

pero si esperas, si tienes
confianza, si crees, si
libre de este todo, vienes.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Partes

Me contaron
que era poseedor de un cuerpo y yo
le pertenecía. Pero me es infiel:
está decidido a yacer con otra, amante.

Me hicieron
probar la melaza de las ideas y ellas
me pertenecían, jugaba con ellas
hasta hacerlas desobedecer: ahora vuelan.

Me has mordido
en el trozo que entrego en la palabra que
te pertenezco: ese ha sido siempre tu saber
cazo al vuelo y suelto sin apenas espacio.

Cuando
no quede nada para cenar y la puerta
se haya atravesado mil o treinta veces.
Cuando me veas regresando despacio
hasta tu risa.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Enemigos

Hay un imperio que necesita mi ayuda
Porque todos debemos
Trabajar para su salvación y su perpetuación
Porque yo soy un ser
Animado en el sendero que conduce a esa verdad
Final que dará nombre a las cosas

sábado, 13 de diciembre de 2014

Levanto la vista hacia mi biblioteca

La biblioteca cae como una lluvia
de verano y no es la primera vez.
Es una armería de escudos de silencio
y no es cierto que quieran caer en mis manos,
donde se vuelven huérfanos de su momento,
su peso entre mis dedos huérfanos, eso 
es una fantasía.
Las palabras huelen a la tela mojada
que se pegaba a tu piel caliente de ti
fresca de la lluvia recién escrita
cuando no debía, no la esperábamos.
La transparencia cómplice de la humedad
se va a volver a resbalar en los labios.

Y no esos tomos que callan. Tachados,
diríamos. No puedo estudiar de tanto que quiero
pensar en ti.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Esto

El hombre engaña a la araña.
La araña teje su sombra
y quien diga que lo nombra
finge cariños en contra.

Si me escurro por tu espalda,
perdóname. Yo quería
alejarme de la muerte,
verte en susurro perdida.

Acompañarte no basta.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Di instante

Vivimos en esta conversación y cuando termine
será para ya nunca.

Sólo podremos volver a su fantasma.
Tú por un lado, yo por el mío.
Creeremos y nos enredaremos y cuando termine
ya no podremos volver a ese enredo.

En esta habitación, donde te oigo coger las llaves
de toda nuestra casa.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

La mesa de atar

El frío va a estrechar tus brazos, va a atenazar tus dedos.
Esto viene de muy antiguo: de antes de la queja 
y del cuchillo y de los labios
de moda. Viene como el nombre 
que se le puso al viento. Tus dedos deberían
conservar el deseo 
de su cuerpo, la curiosidad 
de esa búsqueda, y debería bastar. Un gesto se ha adelantado
y ha mordido esa manos. ¡Ah, fue sólo imaginación!
Sentado a su mesa de atar, un hombre corrige.

martes, 9 de diciembre de 2014

Tienta tienta

Llega sobre llegar de ardida cuenta,
de diente atenta,
tiento a pasar.

Pasa sobre pesar de tan ninguno,
de vientre en uno,
nadie a nadar.

Nada desde el dedal de tanta espera,
de fiel cadera,
siempre fatal.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Las últimas veinticuatro horas me habían traído más vida que todos los días de todos los seres que alguna vez había visto o leído, sentido o recordado. Cuantos me habían hablado nunca me traían palabras como ella. Cuando apareció, junto a mí en el congreso, yo no estaba preparado. Mis fantasías no estaban preparadas. Ella las fue conquistando sin saber nada de su naturaleza.
La noche en la habitación de su hotel ya era un borracho de sus ojos. Cada lugar fuera de su rostro era un extraño lugar. Tan cerca estábamos en los besos. Sé del vestíbulo. Sé del ascensor y cielo santo su pelo: caía como habían llovido apenas antes sus palabras. Pasillos y puertas. Pasillos y puertas. Y las llaves y la sombra hasta su cama. Y tanta noche y tanto cuerpo. Ya no sabré volver de la blandura. Su pecho blando, sus dedos firmes. Ella no me lo enseñó. Me ató con calor. Me daba muerte cada vez que penetraba y volvíamos a empezar. Cada vez más cerca de la intimidad. Más cerca de la locura, o a un roce.
Luego esta anécdota que me contó en la cafetería, cuando apenas quedaba por decir; porque pesaba mucho el torrente de aquellos sus besos, y tiraba de mí el cordel de su respiración, y aún me tenían apretado su olor, su movimiento. Y el dolor de saber que tenía que volver a su país, que su vida la obligaba. Que tanto amor estaba tan finamente acotado en el instante.
Recuerdo cómo la vi partir. Salió de la cafetería sorteando las mesas con una curva elegante. Luego, detrás del escaparate, cruzando la calle ya parecía otra, más indiferente, en otro lugar que ya no era conmigo. Y desde ese momento duele la ingenua, educada y estúpida despedida. Sólo me queda el recordar su conversación, al otro lado de la mesa. Y cuando me imagino saliendo de la cafetería tras ella, no llego sino a perseguirla siempre, eternamente, a una mesa de distancia. Y esa mesa dura toda la vida. Paseo por las calles, con rumbo incierto, y pienso que cualquier intención es una excusa para buscarla. Imagino que ella piensa lo mismo y me busca. Y vivimos en la misma ciudad, dando vueltas, estúpidos, buscándonos.

jueves, 4 de diciembre de 2014

En esto Borges fue muy claro: Averroes utilizó el adjetivo derridá para insultar a Sócrates por su modo insidioso de discurrir. Es más, insinuó que había sido el propio Sócrates el que instó a que cundiera ese rumor que había tenido confundidos a los pensadores del siglo en debates intrincados y crudos: La famosa sospecha de que había sido Derrida quien había introducido con sus propios textos y en falsos textos de cultura, historia y filosofía, el personaje de Sócrates en el discurso occidental. El objetivo de Sócrates, al difundir esta calumnia sobre Derrida, era que pensaran que Sócrates no existía, ni había existido ni existiría nunca, sino que era un personaje de su ficción, pensando que a él le harían caso.
El asunto es más sencillo. ¿Por qué tiene que acabar una noche de amor? Córdoba ha mellado sus murallas y se derrama en mil y una noches. Son millones los cuerpos que se aman. Los lectores de Teseo, el redactor de la historia, debieran saber que el continente es otra isla. Creta y Naxos son o no son la misma isla. Dos amantes dan vueltas y vueltas a la noche y quién puede decir dónde acaba. Los cuerpos no quieren terminar y se abrazan en mil y una Córdobas.
Se dice que cruzaron el mar y que el mar estaba en tormenta, que las olas se levantaban como paredes. Pero ellos habitaban la isla de su barco. Daban vueltas por cubierta, zarandeados por las embestidas del Minotauro. Y discutían. Muchos son los cuerpos que se aman y, en este sentido, la razón humana es poco útil para delimitar los senderos de amor. Sería mejor tener el olfato de un toro.
La gente protestó. Se armó mucho barullo dentro y fuera del Patio de los Naranjos. Se quejaban de que Averroes no era claro y que había empezado a hablar con enigmas. Sócrates se indignó mucho con el público: “¡más respeto!” –les espetó. El rumor de las quejas llegó hasta la sala de oración, atravesó los cientos de recorridos hasta el mihrab, sorteando columnas, y fastidió al imán. Pero los pasos del religioso fueron demasiado lentos. Cuando llegó al patio, otra vez estaban los dos filósofos paseado enfrascados en su conversación. La multitud acompañaba su paseo de nuevo en espectante silencio.
Recuerdo que se me vino la fantasía de que nuestra cafetería era Cnossos, el centro del Patio de los Naranjos, cuyo perímetro interior era recorrido una y otra vez en un sentido por Averroes y Sócrates y en el sentido contrario por Ariadna y Mientras que el perímetro exterior (separado por un fino escaparate) lo rondaba su voz de mujer y sus borgianas palabras.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El abandono de Ariadna. ¿Por qué tiene que irse Teseo de Creta? ¿Dónde se ha visto que un cerebro fugado vuelva a su patria? De ahí deducimos que Teseo era realmente un becerro. En la corte de Minos, el hombre más sabio de su momento (y como prueba su puesto de juez en el Hades, más sabio en todos los momentos de la historia y de la no-historia). En todos los mitos el héroe vuelve a recuperar el trono que por familia le pertenece (y generalmente esto los acaba en la corrupción y la ruina personal). En cambio, las princesas son arrebatadas para siempre de su hogar: véase Andrómeda, Helena (por dos veces), Isolda, Ariadna por supuesto, el colmo de Medea, expulsada hasta de tres hogares distintos, y la bochornosa parodia de Penélope, que defiende la honestidad de la casa de su marido, mientras este no se atreve a volver.
Esto sería un indicio de la estructura mítica marcando cómo el hombre tiende a acomodarse en el fantasma familiar, mientras que la mujer está más dispuesta a salir. En más momentos se siente no reconocida, no vista, no comprendida, no la verdadera hija de sus padres. Eso la alejaría de la sensación de incesto, y le daría licencia para hacer lo que quisiera, desentenderse, por ejemplo, de su condición humana y hacérselo, si se le antoja, con un toro.   
Aquí Sócrates le reprochó a Averroes el desastroso juicio moral con el que hablaba de las mujeres. Cuando, en realidad, son las mujeres las que tienden a hacerse con el control de su casa, si es la casa, o de la empresa, si es el trabajo. Hasta el punto de que casa y mujer se unen en la cultura. Toro y mujer se unen. Casa y toro. Y lo único que los separa es el instante, al que unos llaman Teseo, pero que él llama Ariadna.

Averroes respondió secamente. Le achacaba una intromisión de lo políticamente correcto en su pensamiento. A cuento de qué, cuando bien sabía que Sócrates era un sofista entre sofistas. Le echó en cara el poco aprecio que le tenía a él como persona en la conversación; y que aprovechara el resquicio más vil, aunque destrozara su corazón (que no era el caso) para derrotar con su charla derridá el más amable (que tampoco era el caso) argumento de discurso.

martes, 2 de diciembre de 2014

Porque qué sabrá el joven Teseo de cómo quiere ser tocada una mujer. Y él va aprendiendo a trazar placeres sin ley. Y mientras discuten, Teseo habla de la incomodidad, de la barbarie, de la dureza del continente. Ariadna le cuenta los saberes de la isla.
Por un lado, el mito refleja un ideal: el del hombre que quiere quedarse. Pero ese querer quedarse es en el hombre la tentación constante de volver a su casa. Ama a la mujer, y el sexo es un acto de conquista, conquista común de un mundo nuevo, que es ella y es lo extraño, lo ignoto para ella. El hombre entrega a la mujer un hilo para que mate de orgasmos a la bestia, pero en ese mismo instante ya quiere volver, y la mujer se queda sola, abandonada al placer incompleto.
La bestia mujer, que no ha conocido a la humana simplicidad del extraño lenguaje del continente, es derrotada por el encuentro amoroso. El hombre bruto que no conoce el bestial lenguaje de la mujer aprende a ser humano como ella. Todo un ideal. Porque lo cierto es que el mito lo que dice es que Teseo no aprende nada, el hombre (sólo porta un mito, el lenguaje). Ariadna en cambio, después de conocer al hombre, y la obediencia del hombre, y el abandono del hombre, y la ceguera del hombre, el hombre que apenas soporta su cabeza de cabestro sobre sus hombros, la mujer, Ariadna, en la nueva isla que es, ya está preparada para conocer al dios, el auténtico hombre, Dionisos, embriagador, el multiforme.
Durante décadas y siglos y miles de años, horas seguidas pasaban Ariadna y Dionisos dándole vueltas a la islita (romántico y sensual, desenfrenado paseo por la playa), comentando lo absurdo del abandono de Teseo. Juntos se ríen de la niña Ariadna, cuando sueña con un joven de extraño lenguaje de más allá de la isla. Juntos reviven el encuentro del primer hombre y la primera mujer a embestida limpia y cruel y elegantes requiebros y caricias. Juntos comentan sus antiguas pasiones. Si quisieran podrían salir de la isla; pero no lo ven necesario: el tiempo y el lenguaje ya saldrá por ellos.
¿Por qué digo que es un ideal? Está claro que para que dos desconocidos, de dos mundos tan diferentes como Teseo y Ariadna se encuentren, uno ya tiene que saber y estar esperando. Porque si cada uno fuera el minotauro del otro estarían siempre buscándose a sí mismos y alejándose precisamente por esa búsqueda. Sólo podrían encontrarse por error, en el lapsus en que dejaran de buscarse. Y serían otros.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Así todos esos años, jóvenes Teseo y Ariadna, estudiantes fervorosos en la universidad, la vida, o sólo la juventud, pero en la isla de Creta, es decir, en la casa de Ariadna, la mujer-toro. Cuando lo ve conveniente, decide desnudarse. Entiende este momento crucial. Teseo piensa que ya la ha visto desnuda y que ha gozado de su desnudez y no imagina más desnudez y goce posible. Ariadna, en cambio, insatisfecha (le jode el reguero foráneo que es Teseo –es la única opción de que Teseo sea algo–) pone todas las cartas, por fin, sobre la mesa. Ariadna, conduce a Teseo hasta su espejo. Después de tantos años (mira la de siglos que llevamos con el mito), Teseo ve en el espejo la imagen del Minotauro. Cuando tiene que explicarlo, Teseo no sabe muy bien quién es quién, si ve a Teseo, a Espejo, a Ariadna o a Minotauro. Confundidos por el lenguaje, Teseo y Ariadna dan largos paseos por la isla discutiendo sobre el tema.
Borges, aquí no pudo evitar tejer las alusiones a la metáfora del abrazo amoroso como el largo paseo por la isla. Ese cuerpo que era la noche de Córdoba o los amantes. Hizo imaginar a su público que el paseo de Sócrates y Averroes era un recorrido amoroso en la alcoba-cuerpo de uno de los dos. Y este repaso sensual era a su vez el gesto cuidado de caligrafía paródica de Maimónides. Toda esa disgresión conmovió e incomodó un poco al público. Y esto, además, porque Borges requería que lo acompañaran como lazarillo un tropel de muchachas hermosas, doncellas de la universidad. Borges pedía muchachas (algunos muchachos) jóvenes para no perder el hilo. Y al ver a esas bellezas escanciando la copa de Borges, apuntando sus disgresiones, todos se acordaron del gran masturbador que gestó su ceguera en innumerables bibliotecas. En fin, que había en todo ello, momento, Borges, disgresión, público y doncellas, algo de incestuoso.
Así me lo contaba mi amiga, mientras tomábamos el café en una tetería del barrio viejo. Yo, en realidad, quería que aquella conversación no terminara nunca. Era tan hermosa ella, su voz. Yo sólo puedo dar cuenta de lo que decía, reconozco que no todo lo fielmente que quisiera. Estaba enamorado mientras hablaba. Su anécdota era apasionante; tanto, que noté cómo desde las mesas de al lado atendían disimulados su dulce (nuestra dulce) conversación. No sé si por su voz o por sus palabras.
Cómo iba a imaginar nunca Teseo que así iba a ser el abrazo de Ariadna. Él que era mero ejecutante, no consciente de los dictados de sus actos, hijo de los hijos del Destino; hasta ahora. En el mito Ariadna se marcha con Teseo, pero es Teseo quien realmente sale de la ignorancia de su casa. Viéndose por fin en un espejo de labios de una mujer (de otra mujer).

domingo, 30 de noviembre de 2014

Entonces llega el joven Teseo. Esto es: el significante extranjero se vuelve deseable. De inmediato, la casa familiar destapa su insuficiencia, cobra un tufillo incestuoso al que habrá de llamar Minotauro. Pero ese tufillo es ella misma, educada en los brazos de su padre y en la sexualidad de su madre. Por supuesto, Ariadna lo que desea de entrada es que Teseo, el pensamiento extraño, la ame, tal como es, con cabeza de vaca y todo. Pero Teseo, como puñetero ateniense, tiende a la dialéctica –aquí los del bando de Sócrates refunfuñan, pero el propio Sócrates ha comprendido la cariñosa ironía de Averroes y zanja el asunto con un gentil bufido o una sonrisa– y discute las incongruencias de la ideología minoica.
Sócrates, incomodado por ese comentario de Averroes, decide llevar el discurso a otros derroteros. Alega que no es tan conveniente interpretar el encuentro entre estos dos jóvenes como un combate de ideologías. Como si cada cual supiera. Porque además, puede que Ariadna fuera una mujer sabia, hija de su padre (le da a Teseo la sorprendente idea del ovillo, en la que el héroe jamás habría caído de por sí; "¡hombre!, aquí Ariadna es tratada como una musa para Teseo" –Avi, no te desvíes, le reprocha Sócrates); pero Teseo es un bruto, un soldadete, un mandado.
–Claro, claro: aquí está ese típico disfraz de ingenuidad, de torpeza, de ignorancia... cuando bien sabemos cómo sois todos los atenieses.
–Olvida ya ese empeño en picotearme –ataja Sócrates.
Ariadna decide que Teseo despierte a su amor. Teseo, hombre que es, no se espera la pasión de Ariadna; para comprenderla y soportarla la confunde con la velleza, con la jubentud, con el blaser de los plesos y abrañazos. Pero la paciencia de Ariadna va tejiendo y sembrando itinerarios para que Teseo la reconozca como Minotauro.
Cuando hablaban del Minotauro tenían que hacerlo en voz muy baja, casi un susurro, para no excitar los oídos maliciosos de los fieles que venían a rezar. Ni siquiera les bastaba con eso (cada vez que pasaban junto a la sala de oración, la de hermosos arcos e incontables), así que cuando nombraban al Minotauro lo llamaban Ariadna, unas veces, otras veces Teseo. Y como la conversación se prolongó tanto, muchos no llegaron a enterarse nunca de este código, lo que dio lugar a enconadas controversias mucho después.




sábado, 29 de noviembre de 2014

La base fundamental –decía uno de los dos– es que Ariadna vive en una isla. Por supuesto, se trata de la isla del momento. El Nueva  York de la época.
Está claro que, en el manuscrito, el nombre de la ciudad con que compara sería otro. Sin embargo la caligrafía es ambigua. Hay cierto consenso en llamarla Córdoba, que en el alifato cúfico guarda semejanza con Monte Sion, pero que en el hebreo peninsular es casi equivalente a Cnossos. Este juego de palabras posiblemente esconda algún código matemático clave; si bien el problema no está resuelto.
Ariadna pasea por la isla. Es una isla grande y Ariadna está contenta. No puede saber que está cansada de visitar siempre los mismos paisajes. Aún no ha caído en la cuenta de que sus paseos la llevan siempre a los mismos sitios, en una combinatoria limitada de secuencias. La repetición no es un problema. El único referente que pudiera incordiar ese conformismo es la visión extraña de los inmigrantes que vienen desde el continente.
Sócrates aprovecha para lanzar una crítica feroz al mito de Europa. Considera que ha venido siendo una sutil y exitosa campaña de propaganda para suavizar el imperialismo minoico. Hace parecer que su inocencia cretense fue raptada por el mentido robador. Es al revés: con su estética (léase moda en la exportación de productos comerciales) acaba imponiendo su cultura y valores de vida: transforma al primitivo señor europeo en el toro de Minos. Hasta tal punto cala la idea, que las principales casas míticas griegas las hace descender  de la arcaica relación entre Zeus, ese toro, e Ío, la vaca.
Averroes, para no enredarse más en el puntilloso chovinismo socrático, le da la razón. Para que no se note demasiado, compensa su reproche pseudoaquiescente con otra vuelta de tuerca. Lo bien que la propaganda del imperialismo ateniense supo barrer para casa. Se venden como víctimas de los abusos cretenses; cuando, sin duda esto es lo más probable, se trataba de una fuga de cerebros. Los mejores jóvenes abandonaban su país para ir a formarse a Cnossos, en la corte de Minos, el más sabio de los reyes de la antigüedad. El desprestigio en este sentido culmina en lo calumnioso con la historia de Dédalo, incapaces de superar los atenienses que la mejor de sus mentes se vaya a trabajar para la competencia. Y así luego Teseo, el gran espía industrial.
Por tanto, Ariadna, una niña feliz que disfruta de la prosperidad de su isla y de la sabiduría de su padre. Todo le cuadra. Pero poco a poco va comprendiendo ese extraño reguero de pensamiento foráneo que llega a sus pies. El saber de su padre deja de ser completo. Los paseos de la isla dejan de ser suficientes.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Según dicen, Borges, el ciego, dio una vez una peculiar conferencia. Tras el discurso de rigor, se abrió el tradicional turno de preguntas y debate. Entonces, Borges se enredó en contar una anécdota y se metió tanto en su elocución que la historieta se prolongó durante tres días enteros. Fue todo un acontecimiento, por más que diera al traste con el programa de las jornadas culturales, por más que echara por tierra la vanidad y la foto de los políticos de turno. Durante setenta horas el salón fue una marea de gente que entraba o salía para seguir, acceder o rendirse a la curiosa, hipnótica y desmedida anécdota borgiana.
Decía que se había encontrado en el archivo municipal –y esto podía comprobarse– un manuscrito original de Maimónides. Se trataba de un texto personal, un juego, un apunte críptico; difícil saberlo. El texto tenía toda la pinta de ser un texto de juventud; pero había quien consideraba que en realidad, era un juego del viejo Maimónides imitando su estilo de juventud (tanto en retórica como en caligrafía), para que soportara mejor posibles censuras si acaso lo descubrían. Algunos consideraban que Poe había tenido acceso a este manuscrito y que desde él desarrolló la criptografía lógica con la que escribía sus relatos aparentemente fantásticos. Hay, incluso, quien ha utilizado este texto como prueba para demostrar que Poe nunca existió, y que se trataba de Luciano de Samosata repartiendo sus disfraces entre la historia de la literatura para pasar desapercibido. Otros consideraban que todas estas disquisiciones las había promovido el mismo Maimónides para despistar, y al mismo tiempo dar la pista verdadera de cuál era el sentido con el que había que leer su  texto.
En el manuscrito, Maimónides describe una larga conversación mantenida por Sócrates y Averroes. Estos dos filósofos daban vueltas y vueltas por el borde interior de la gran Mezquita. Con las horas, un nutrido séquito de curiosos, alumnos, intelectuales, censores, seguían a los dos filósofos, como la cola de un cometa, en su periplo continuo, en el sentido inverso al movimiento de la sombra del sol o las estrellas. Por supuesto, Sócrates estaba disfrazado para que nadie lo reconociera; sólo los más avanzados, por su manera de hablar, sabían que era Sócrates. Durante al menos tres días estuvieron vuelta que te vuelta sobre el complejo mito triangular de Ariadna, Teseo y el Minotauro.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Descubrieron lo más improbable. La tan buscada entrada estaba oculta en uno de los bares instalados en los molinos. Los viejos molinos del río habían estado durante años medio abandonados. El yunque del verano y las inundaciones del invierno los habían molido a ellos y apenas quedaban en pie las bases de las presas. Con la regulación de los ríos, el cauce del se domesticó al paso por la ciudad, y la vegetación instauró un vergel de pájaros y aves mucho antes de que el Ayuntamiento atinara a darle uso interesado. Reconstruyeron los molinos, instalaron pasarelas y terrazas y consiguieron crear un entorno entre urbano y bucólico único. Aprovecharon los nuevos molinos como salas de exposición, conferencias, recitales y fiestas; cuando no, simplemente eran hermosos bares para turistas. Sin embargo, la arquitectura de los molinos requería una protección extra, debido a que algunos inviernos, las inundaciones volvían como si el ser humano no hubiera hecho nada. En aquellos inviernos era importante mantener cerrados, bien cerrados, casi herméticamente, puertas y ventanas, y hasta los tejados que el agua llegaba a cubrir. Con todo, la mayoría de los años, tales precauciones parecían innecesarias y caían en el olvido, excepto para aquel interesado en esconder sus intereses con especial protección.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Convocó a todos los arquitectos: los que participaron en proyecto original de la segunda ciudad, viejas glorias de bibliografías y facultades; los diseñadores de la tercera ciudad, el secreto a voces, aún clandestina; otros, mundanos, jóvenes, estudiantes, artistas de todo tipo, con o sin renombre. Fue un acontecimiento emocionante. De hecho, muchos de los arquitectos extranjeros no llegaron a salir de la ciudad, debido al profundo enamoramiento que gestaron esa noche (cierto que se prolongó hasta el segundo amanecer). Y es que, al salir, los arquitectos fueron encontrando una carta de amor en sus bolsillos. Ninguna carta iba destinada a su portador, pero habían sido cuidadosamente seleccionadas para que conmovieran con escrupulosa precisión (y un toque de celos) el corazón concreto. Esa fue su tarjeta de presentación. A partir de esa noche todos supieron de su existencia; pero nadie volvió a verle, ni encontraron nunca más a nadie en aquella desmedida mansión que tan sabrosas horas había desplegado.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Al llegar la noche, uno se volvía a sentir fruto de invención. Sentado, en la Plaza de San Andrés. Rodeado de otrora palacios. Bajo las palmeras y el calor que situaban el lugar en alguna vieja película y no allí. Viendo pasar a gente más propia de décadas atrás que de esta. Con la incredulidad de reconocer en el movimiento de los pájaros (gorriones en el suelo, vencejos en el aire) los mismos trapicheos de aquellos siglos en que los palacios eran palacios, poblados por gente noble, generadora de leyendas y de fantasmas. Pero no fruto de la invención de la cultura, sino de la invención de los asuntos de ese día, del cansancio, del calor en el aire aunque cayera la noche. Uno era el resultado. Y la operación matemática generadora dónde se había aprendido. Inventarse la hora de abandonar el banco, beber de la fuente, besar a la mujer y ser otro.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Al llegar a la mesa, pedí disculpas al camarero por haber pasado por una zona no habilitada para mi raza.
–No es que me burle ni falte al respeto –alegué con mi sonrisa típica–; sino que tú ya sabes que no sé quién soy.
–Pero tú sí sabes quién eres...
El camarero respondía a mi chanza con su propia sonrisa pícara. Todo esbelto él y delgado, entallado por su delantal blanco, resaltaba su viejo rostro negro y ovalado, perfilado por una corta y espesa barba gris. Sonreía ampliamente, pero en su frente estaban marcadas las arrugas de una seriedad frecuente y de frecuentes enfados.
–Te apuesto lo que quieras a que no sé quién soy –le reté.
–Pues precisamente ahí hay una relojería, y el otro día vi un reloj que me gustó mucho.
–¿Cuánto vale?
–Voy a ver.
El camarero se alejó. Mientras trajeron la otra mitad de la mesa. Ambas mitades tenían forma de L y se solapaban entre sí, de manera que se apoyaban una en la otra. Mi madre, en la esquina opuesta a la mía, insistía enfadosa en que había que darle la vuelta a la nueva mitad, que por ese lado no podría sostenerse. Mi madre no comprendía que si la primera mitad no se sostenía era porque  yo, por mi apasionada conversación con el camarero, había hecho temblar tanto la mesa que se había roto una de las patas. No parecía comprender tampoco que la nueva mitad encajaba tanto  por una cara como por la otra, y que al encajarlas, la mesa acabaría sostenida.
En esto volvió el camarero y me informó sobre el reloj que quería. Quiso saber cuál sería su prenda si perdía la apuesta, pero yo rehusé ningún pago.
–¿Qué mayor satisfacción que averiguar quién soy?
Así pues, el camarero lanzó su primer envite:
–Tú eres quien está hablando conmigo.
–Ah, no. El lenguaje está hablando con el lenguaje. Quién está al otro lado del lenguaje no podemos saberlo. Y yo pudiera ser solamente un trozo de la ficción del mismo lenguaje que habla.
Todos rieron, no por mis palabras, sino por la reacción histriónica del camarero.
–No te eches atrás –le animaron entre todos–, que tengamos una naturaleza ficcional no impide que puedas averiguar quién es.
–¡Oye, oye, qué es esto! La apuesta es entre él y yo, no os entrometáis.
–Nada, nada. La apuesta se trata de demostrar que sí sabes quién eres. En ningún momento se ha dicho nada de ayudas. Además, tú no has solicitado prenda por su parte.
–Tú eres –volvió a la carga el camarero– quien no sabe quién es.
–Muy bueno. Veo que recuerdas nuestras viejas conversaciones, cuando vivíamos juntos.
Me quedé unos segundos, más de unos segundos, pensando mi respuesta. No podía negarlo, sin más; pues entonces tendría que asumir que sí sabía.
–Pero verás –acabé respondiendo–, es que no entiendo muy bien qué es el Ser. Y al no saber qué es el Ser, ni comprendo qué no soy ni comprendo qué soy en el caso de ser ese no-saber.
–Bah, bah... Da igual lo que sea el ser. El ser no es nada. El ser es un invento para poder colocarnos en la conversación. Tú, quien sabe que no sabe.
–¿Y el saber qué? ¿También un invento? Si seguimos por ahí ya estás vencido.
–No, no, claro. El saber sí tiene contenido, significado, función, y sabemos de qué se trata. Y tú eres ese saber o no-saber.
–¿En qué quedamos sé o no sé?
–Eres un no-saber, y sabes que lo eres.
–Pero sé que no soy eso. Porque ese saber es tuyo, desde el momento en el que lo pones sobre la mesa. Y así no puedo saber si soy tu saber, o soy algo distinto y te equivocas. El que cogiera tu saber ahora no sería el mismo que antes desconocía quién era; y, una vez más, no puedo saber si soy este de ahora sin ser el de antes.
–Eres este de ahora, el que sabe.
–Pero estábamos hablando de aquel de antes.
–No, estamos hablando ahora. Sin más.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Por eso lo admirábamos y respetábamos. En el momento menos pensado disparaba su tiza con la rabia de un gigantón travieso. Siempre atinaba justo en la esquina de la mesa del alumno en cuestión (él no abandonaba jamás su hábitat, su trono, su pizarra). Sorprendido, pronto digería el alumno la señal de aviso, porque aquella precisión, por más que real y repetida y confirmada, parecía inverosímil. Haber escapado de la trayectoria de la tiza era en ese instante un suspiro de milagro. Era un momento de terror, de alegría, y yo lo vivo ahora en cada caso como el más contundente gesto de amor.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Había aprendido el lenguaje de los pájaros. Fue una desilusión importante, después de tantos años de tedioso estudio. Comprobó que detrás de los complejos enunciados, trinos, retrinos, gorjeos, había contenidos muy simples y poco dispuestos a desarrollar. Pero a partir de ahí, le fue más fácil iniciarse en el idioma de los insectos, de las plantas y los árboles, y lo más importante: dominó a la perfección la lenta comunicación de las piedras, de las arenas.
Quedó en exclusiva posesión de la historia de toda la región, contada directamente por los suelos. Sabía de las quejas de unos edificios con otros y de las afecciones climáticas. Antes que nadie sabía cuándo iba a producirse algún destrozo, dónde el firme era débil, cómo aguantaría una construcción. Esto le acarreó una reputación considerable, florida en favores, envenenada de envidias. Y, como de estas opiniones sabía por las macetas, conseguía estar siempre en el momento adecuado, en el lugar donde se le deseaba, evitaba los (cada vez menos numerosos) locales hostiles, o sorprendía a los vecinos apareciendo allí donde resultaba más útil.
Al parecer, sabía mejor que nadie cómo iba a envejecer. Por el agua sabía de sus propias aguas. Aunque el lenguaje de las rocas es muy lento, deducía qué opinión tendrían de sus gestos y sus hábitos y cómo sería expresada en el futuro, si otro como él supiera entenderlo. Preparó de tal manera su salud que apenas fue víctima del más mínimo exceso: ni siquiera su sobriedad fue tan extrema que inquietara al fango ni a la hiedra. Por eso todos se sorprendieron cuando se escondió en la depresión más compleja y profunda que se pudiera imaginar.
Contaba que había comprendido ciertos saberes secretos, que sólo analizando a un nivel muy fino el discurso lapidario podían descubrirse. Esos saberes eran muy difíciles de comunicar, porque el ritmo de aquellas ideas defería en eones de la pronunciación verbal, de la grafía escrita, y sólo el pensamiento directo podía recogerlo. Ardía en él la impotencia de no poder contarlo. Irremediablemente moriría con él ese saber, que consideraba imprescindible ¡y urgente! para toda la humanidad. A veces pensaba que el día que llegara a comprenderse de modo útil, ya sería tarde. 
Aquel saber minaba su paciencia para las conversaciones normales, para los empeños cotidianos, en los que y en las que tanto había brillado. Los más jóvenes que lo recuerdan, dicen que pasó sus últimos años (unos dicen que varias décadas) intentando construir un modo de expresión, un nuevo lenguaje, un sistema de ideas en el que volcar sus fundamentales descubrimientos: la traducción del secreto del mundo.

martes, 18 de noviembre de 2014

En las noches de San Juan, las mujeres se bañaban desnudas en las fuentes de la ciudad. Los hombres iban por las calles en procesión, cantando a coro canciones de fiesta, pícaras, falsamente inocentes. Cuando se encontraban en las plazas, las mujeres hacían de la fuente su castillo, y se defendían de los hombres lanzándoles trapos y prendas mojadas. A veces, los maridos capturaban a sus mujeres y llenos de gozo se marchaban a su casa y juntos pasarían el resto de la breve noche. A veces los amantes les arrebataban las mujeres a sus maridos. Otras veces las mujeres eran quienes conseguían capturar a mozos jóvenes y los raptaban: jugaban con los más inocentes; con los más hermosos, se divertían.
No todo el mundo participaba en aquellas fiestas. Los que se quedaban en la casa no presumían de rencor ni de soledad. Comprenían a los enfermos, y a los ladrones, a los tristes y a los urgentes. Los niños miraban las escenas desde las terrazas con sus madres (algunas casi desnudas en prendas de verano). Las niñas iban y venían de la puerta a la fuente, de la fuente a la ventana, las más tímidas; cogidas a las piernas de las mujeres grandes, las más valientes. Y lo más divertido era ver a las viejas jugar como las jóvenes, junto a ellas: las muchacas las reían por ridículas, los mayores las reían por nostalgia. Y entre todos reían los enfados, y los asombros, la ingenuidad de los hombres, la picardía de las mujeres, la elegancia frustrada, la brutalidad impotente, el fracaso de la posesión y el triunfo de las canciones.
Y poco más, porque a todos les resultaba más satisfactorio el juego, la pelea, el agua de las fuentes, los cánticos, el callejeo. Los arrebatos decididamente sexuales volvían a redundar en las pasiones cotidianas, los desdenes de siempre, los hábitos corporales ya conocidos, la consumación gozosa de una brillante jornada. Esa noche no parecían tan urgentes y, en cambio, durante horas, representaban  la ficción de una urgencia campal, de fuente en fuente.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Muy a su pesar, se dio cuenta de que no podía seguir actuando solo. Toda aquella semana estuvo frecuentando tascas de terribles parroquianos. Buscaba información y perfiles. Indagaba historiales. Pero una tarde, tres hombres lo raptaron, le taparon la cara, lo metieron en un coche. Atado de manos a la espalda, lo llevaron a un viejo caserón (obviamente en el centro antiguo de la ciudad). Allí lo esperaba el doctor, al que aún no conocía.

domingo, 16 de noviembre de 2014

De repente, la figura del gnomo ya no estaba. El detective escudriñó todo lo posible, para asegurarse de que no era un efecto de las sombras y las penumbras. De alguna forma había conseguido salir. No había dado cuenta, no había hecho ningún ruido; pero es que el maimonio tampoco había percibido nada. ¿Se le escapaba alguna otra salida? No. 
Impaciente, en cuanto vio el comedor vacío el detective empujó el mueble. La enorme alacena se deslizó con sorprendente facilidad, con un susurro cómplice y discreto. El detective temió hacer más ruido con su propio cuerpo que con el mueble: le crujían los tendones de la humedad y incómoda espera.
 En esto, volvió a aparecer el escritor, periódico en mano. Miraba sorprendido al detective sin poder articular palabra. David estaba más fresco y antes de las preguntas se abalanzó sobre un detective ya derrotado por toda una noche por las oscuras y asquerosas y húmedas y frías e interminables cloacas. El escritor lo tiró al suelo y lo inmovilizó con su propio peso, con sus manos, sus rodillas y su periódico. Desde el suelo, el detective aún alcanzó a vislumbrar la figura del gnomo salir de la alacena y escabullirse. Como lo viera el escritor, se levantó casi de un salto y fue tras él, más para verlo bien que para alcanzarlo, que era imposible.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Bueno, no creo que ninguna mujer fantasee así –concluyó Sara–, esa es sin duda la fantasía de Estúpido, pero puesta del lado de la mujer. Exacto –respondió David–, lo has comprendido inmediatamente... –pero Sara se levantó, dejó el texto en la mesa y se puso a recoger los restos del desayuno–. Me hubiera gustado exponer una fantasía realmente femenina, pero no me las cuentas...
Sara salió de la habitación, indiferente. Más real –voceó desde la cocina–, la situación es muy forzada, inventada... David pensó que desde fuera seguiría pareciendo inverosímil, aunque ella lo fantaseara bien real. Cogió la cuartilla de su texto y la releyó minuciosamente. Sara volvió a por el vaso de David.
Desde detrás de la alacena, el joven detective observaba la estampa. No pudo entender el complejo de gestos, rápidos, sutiles, que Sara le dedicó a su pareja mientras le retiraba el vaso: ella lo miraba decidida y fugaz, su mirada era un látigo que ondulaba en torno a David en el disponer de sus brazos; David estaba enfrascado en su ejercicio literario, intentando captar en el texto la mirada que se perdía por no atender la expresión corporal de Sara.
El joven detective, cansado y con su preocupación puesta en otra cosa, no atinó a comprender la macedonia de significados de aquellos significantes: los obvió en un ademán de reproche hacia la pereza del hombre. Tal vez el gnomo, con su mirada inescrutable, sí comprendía el empeño del escritor, la actividad de la mujer, la ignorancia del detective.

viernes, 14 de noviembre de 2014

El estrecho pasadizo terminaba por unos empinados escalones detrás de una alacena. Por alguna celosía del mueble podía verse la habitación desde dentro aún del escondite. Un matrimonio estaba desayunando, ajeno al nuevo inquilino que los observaba; pero ella no comía, sino que leía unos papeles y él, saboreaba su taza -café, llegaba su olor hasta la nariz del espía- con ojos expectantes sobre la lectura de ella. 
Cuando se adaptó al nuevo juego de clarooscuros de aquel incómodo lugar, descubrió que un pequeño gnomo compartía su cubil. Estaba esperando, como él, y ya lo había descubierto. Lo vigilaba tanto como vigilaba a la pareja desayunando. Con todo, no hizo el más mínimo gesto: sus miradas se cruzaron en la sombra pero en nada cambió la actitud del gnomo, paciente, incisiva.

jueves, 13 de noviembre de 2014

¿A quién vas a creer? Al caer de golpe todo el peso del frío, el agua de ducha fuerte el cuerpo entero estremeció, hombros prietos hacia atrás, hacia delante. El agua seguía precipitaba desde su cabeza cabellos abajo, cuello abajo, por pómulos y labios, pecho abajo, manos abajo, barriendo sequedades impunemente. Y luego el fluir, corriente de agua fresca por todo el cuerpo. Si estuviera bajo una poderosa cascada tropical, la sensación sería la misma. Si fuera niña de nuevo jugando con las mangueras del patio, sería la misma. Si estuviera zambulléndose en medio del océano, desnuda y feliz, sería la misma.
Le dio al agua caliente y todo se volvió un abrazo, de golpe. El agua quería entrar en ella, casi vapor, o nube, por cada poro de piel, por cada poro de sentimiento. Como no, invadía la habitación entera y se entregaba a las paredes. El vapor era un hombre que la rodeaba milímetro a milímetro. La piel del cuello y de la espalda mordieron el sueño, pero no. Llamó entonces fuerte y claro, atravesando la mampara su voz –¿puedes traerme una toalla?– y el baño y el pasillo para que viniera y la viera, perfecta y mojada. Entre tanto vertió el gel en la esponja, y empezó a frotarse bien sugestiva para cuando él llegara.
Pero el estúpido entró, dejó la toalla y volvió a irse. La decepción fue aún mayor cuando sabía que la había mirado y había visto su disposición tópica, cinematográfica, de postal erótica, dispuesta y sonriente.
Con todo, al instante le vino imaginar que en su lugar entraba su amante y entraba decidido con ella y compartía el vapor con ella y se mojaba haciendo gestos de impresión, el precio de su deseo, y cerraba la mampara tras él, no del todo. Ellos dos encerrados en aquella cabina a gel y espuma. Ellos dos encerrados bajo el vapor, sobre el agua, entre las manos y las manos. Los cuerpos se deslizaban fácilmente entre sí, chocaban una y otra vez al más mínimo movimiento, la pátina de agua y gel. Buscaba su sitio el pene erecto apretando sus caderas blandas. Pero sus pechos eran más amables. Pero sus caderas eran más amables. Aquí las manos y allá ahora fuertes, pierna y espalda, ahora suaves subían espalda, espalda y nuca, y nuca y pechos (esa demora del cuello que ahonda la clavícula, casi al hombro), no podían apretar y se deslizaban. Las manos y los cuerpos. El agua sobre ellos incesante y el vapor. Él la besaba, ella le chorreaba con la esponja desde la cabeza o en el hombro o en la espalda o en torso amplio. Él la miraba y ella apretaba su polla firme, nada escurridiza, y lo abrazaba y tentaba su dureza y volvía a abrazar.
Estúpido mientras tanto estaba –imaginaba ella– justo al otro lado de la pared enfrascado en su lo que sea que lo tenía entretenido, como estúpido que era. Si se distraía, podría escuchar el rumor sordo de Amante y ella jugando tras la pared, chocando con la mampara. Escucharía las palmadas, los chasquidos, los jadeos y las risas, si no fuera un estúpido. Estúpido vuelve al baño a lavarse las manos; pero todo el vapor condensado en el espejo y la mampara traslúcida no le deja ver: tendría que fijarse muy bien (porque ella ha posicionado a Amante de manera que Estúpido pudiera ver los arrebatos de la penetración, o el torso de los dos cuerpos deslizarse agua por la mampara) para verlos. Y si los viera, se enfadaría y ella se correría de odio. Ahora mismo. Y si los viera, él se uniría al juego y ella los dejaría porque los ama.
Estúpido está a punto de darse cuenta. Ha terminado de lavarse las manos y quiere secarse con la toalla que él mismo ha traído. Golpea la mampara sin querer. Apenas unos centímetros lo separan de los dos cuerpos al borde del éxtasis. Amante le ha dado sin querer a la manivela y el agua cae de golpe fría como sus demonios. Ella y el frío se unen en un orgasmo insoportable. Podría caer de tanto placer y destrozarse sus piernas témpanos que le arden, pero él la sostendría y tendría que flotar como el vapor en el placer del agua. Podría volcarse y derrumbar la mampara con todos los cuerpos derramados y el agua de la manguera ingobernable disparada por todas partes, por todas partes. Busca con sus dedos la manivela, que es otro pene caliente y frío pero que se resiste por su propio placer, por sus propios espasmos de congelación y fuego.
Cierra el agua, abre la mampara y coge la toalla casi a tientas.


     

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Es esta la puerta. Una puerta que no parece una puerta. Está un poco antes de la pared, por eso nadie la sospecha. Si se abre uno queda emparedado entre los muros. La puerta del ladrón. Para abrirla hay que destrozarla. No queda más remedio: astillar las astillas más pequeñas. Estoy enloqueciendo. Pronto saldré salpicado por el surtidor de alguna fuente, en esta o en aquella otra plaza. Seré la locura brotando gratuita hasta las bocas entusiastas de los turistas. Si no salgo pronto de esta oscuridad mi locura será real y miles de tesinas rubricadas la darán por constatable. Y cuando vuelva a las cloacas (porque habré de volver, no queda otra) partiré de aquí, no empezará de nuevo, sino que retomaré este mismo punto en el que la puerta es la astillas de las astillas posibles de una puerta posible en la hipótesis de una imaginación.  Por más que arriba en las calles vuelva a ser sensato.


   

martes, 11 de noviembre de 2014

Había en total veintisiete colegios repartidos por la ciudad. Antes de amanecer, convertía la ciudad en un hormiguero de mochileros cabizbajos y somnolientos. Había que esquivar sus rutas o uno acababa enredado en su clima de ingenuidad y esperanza. Para llegar fresco y original al trabajo había seguir una ruta zigzagueante que requebraba rodeos por las tortuosas callejuelas de la ciudad antigua. Antes del almuerzo, veintisiete explosiones lanzaban a los infantes cargados de violencia y hambre como hormonas calles abajo. Uno tenía que esquivar sus rutas o moriría de odio y juventud. Para mantenerse fresco y original no quedaba (a esas horas) más remedio que bajar a las catacumbas y cruzar por debajo la ciudad; todos conocemos ya el riesgo que eso conlleva. Y de tarde, aparecer en el cuarto de algún estudiante que duerme la siesta, o repasa los libros y termina las tareas deprisa porque tiene que ir la clase de violín, o escucha música y piensa en su próxima masturbación, o escucha música y piensa en que alguien tropezó con ella y la miró y olía a tinta. Una vez allí es imprescindible escapar sin ser visto, como sea, asumiendo de una vez por todas la inevitable derrota.
Ella empieza una conversación, porque sabe que, si no, él se dormirá. Sigue excitada y pronto tendrá que marcharse y no volverán a verse. Si se duerme ahora todo acabará. Él detesta en ese momento cualquier comentario: las palabras le vienen como de lejana inmigración apenas reseñada en los periódicos. Pero la quiere tanto que se deja mentir, para que las palabras de aquella mujer desconocida le traigan la voz de su amante, a la que pronto perderá. El cuerpo apenas puede moverse más. El trabajo lo ha vuelto viejo después de los años y el amor lo ha vuelto joven después del amor y es posible que en breves instantes caiga muerto de pura imaginación. Le entra hambre de ella porque pronto se marchará y su boca no puede consentirlo.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Aquel loco había fabricado una locura inmune a tratamientos, pertinaz, rápida y contagiosa. Pensaba dejar la locura al sol en alguna plaza. Así que fueron de plaza en plaza, por las tardes y por las noches (de día había que trabajar). Disimulaban todo lo posible, se sentaban en las terrazas y bebían cerveza si era necesario. Esperaban por si veían surgir la locura. A veces se bañaban en las fuentes, bebían como hombres antiguos. A veces se sentaban en los bancos hablando de esto y aquello para detectar el eco de la locura. Lanzaban guiños a las mujeres y las besaban si era necesario.
Mientras pasaba su mejilla lija de barba postrera por la tibieza de sus senos sabía que le dolería no poder olvidarla. La apretaba contra sí; pero aquello no era tenerla lo suficiente. Recogía en su cuerpo el ritmo que le pedía y se lo devolvía con violencia y desesperación; entonces ella se alejaba en su placer y él quería recuperarla apretándole los brazos y golpeando aún más sexo con sexo, pero sabía que le dolería tanto cuando finalmente se marchara y quedara aún la presión de su cuerpo en su piel, en su barba. Se la comería. Quería atrapar la con su mirada; intento saboteado por la miopía decente. Qué cuerpo de mujer desplegado ante él, que se la llevaba. Aquello no era tenerla lo suficiente. Quería educar los cuerpos desnudos, castigarlos a placer y abrazos, para que no se marcharan, para que dejaran colarse la distancia. Los cuerpos desobedientes. Su hermoso cuerpo de mujer desobediente.




domingo, 9 de noviembre de 2014

Por un momento no hubo más que su aliento, no del todo agradable, cerca de su nuca. Al ritmo que embestía, resoplaba, sincopado, como un cuarteo de viento. Y como era impaciente, su cadera iban de tango, ora de klezmer, se cansaba y era jazz, y luego volvía a ritmo de galeras. El hombre bestia de los bosques griegos sudaba y jadeaba sobre ella su fuerza, no del todo placer, pero ahogada en una mordida de sentimiento que no podía, sino el latir de sus venas en el cuello que hubiera mordido, le hubiera arrancado de cuajo la vida, si el propio placer le dejara fuerza alguna que no fuera para sentirse.
Los niños escapaban de sus casas para jugar con los lobos. Por eso los lobos se quedaron. Les daban de comer. La mortalidad creció enormemente; pero los niños estaban entusiasmados. Bajaban a sus escondrijos mientras los adultos dormían. Los lobos crecieron y se multiplicaron. Los adultos aterrados pensaron que hacía tiempo que se fueron, que aquellos días estaban extintos. Los niños morían: estaban entusiasmados. Los lobos crecieron y se multiplicaron. Se le oía aullar en el momento más inoportuno. Mientras los adultos dormían indignados y los niños morían.









sábado, 8 de noviembre de 2014

No. Porque tocó la blanda carne de su cintura no, de su costillar, abajo del pecho aún, con sus manos frías y ella se revolvió sin poder evitarlo. Sin embargo, no iba a desistir y se acercó con su cuerpo caliente y áspero y sus manos frías, sus brazos fuertes. Ella se acercó con su boca, se alejó con su cuerpo, se acercó con su rodilla, se alejó con la cadera y dejó caer sus cabellos en el torso decidido de su amante. Labios húmedos y manos frías.
Tenía que cruzar cada mañana la ciudad por la ribera del río. No podía avivar el paso porque si se agotaba iría luego más lento.  La respiración violenta y rápida le secaba la garganta. Pero, si iba demasiado despacio, el frío y la iban envolviendo como un ejército de acosadores pretendientes. Sacaba sus manos, guantes gruesos y a la moda, y frotaba tela con tela del abrigo y se llevaba la suave  calidez, como llegada de una hoguera de vainilla, a su cara. El frío iba mordiendo, la iba desnudando. Ella afirmaba el paso. La humedad recorría sus huesos como un orgasmo de hielo. No iba a poder llegar. Moriría de frío, de humedad, de sexo y de dolor esa estúpida mañana en la ribera del río. Y así cada día.

viernes, 31 de octubre de 2014

Corría el rumor de que el gnomo había sido secuestrado o que lo tenían prisionero, no en la casa, sino en algún otro lugar, y no por los de la casa, sino por algún otro que tampoco tenía por qué ser el ladrón de cartas. Pero todo eso era imposible: nadie tenía conciencia de conocer al gnomo. Sólo lo recordaban cuando entraban, aparentemente siempre por casualidad, a su tienda. ¿Cómo podrían saber de qué gnomo estaban hablando? El doctor y sus secuaces intentaron averiguar desde dónde habían recibido la información, pero no podían recordarlo. Habían olvidado a quién oyeron hablar del gnomo, cuando debieran haber olvidado al gnomo mismo. Así que sospechaban que aquello eran una estratagema del propio tendero, con sus extrañas artes. ¿Por qué había obrado así para ocultarse?, era difícil saberlo. Tal vez quería alejarse del grupo. Tal vez quería transmitir algo al grupo sin que otros lo advirtieran. ¿Era aquel rumor imposible un código o la clave de un código que ocultaba un mensaje importante? Eso contando con que fuera un acto controlado del gnomo y no una situación provocada por el ladrón. El doctor se ensimismaba impotente horas y horas rumiando todo el asunto.

jueves, 30 de octubre de 2014

Días de lágrimas. Se escuchaba el rumor de los llantos superpuestos unos a otros, calle tras calle, ventanas y balcones. Era difícil sustraerse cuando alguien, vecino, cercano, desconocido, lloraba por la misma tristeza que uno acababa de calmar. Y la tristeza llamaba al anhelo, irritaba el deseo. Así que, por ejemplo, Magda salió saltando por su ventana y enfiló decidida calle arriba, como en trance. Llora y arde mientras anda. A mitad de camino, se encontró con Santiago que venía a por ella. Y así muchas otras situaciones que aún no se escuchaban, pero que harían temblar la ciudad durante las semanas siguientes. Porque tras el beso inicial Magda y Santiago desembocaron en una pastelería cercana y siguieron besándose y abrazándose casi caídos en las mesas. La dependienta, rebosada por la pasión de los amantes en su propia urgencia, cerró el local y los dejó solos para salir en busca de su propia pasión; Magda y Santiago pronto intuyeron y por suelos y mostradores dieron rienda suelta al sexo, por todo cuerpo, suelo, ropas y pasteles.
Igualmente aquí y allá, y la ciudad rugió de gemidos y carreras de cuerpos buscándose y destrozo a garganta eterna. Y los gritos de unos alentaban el placer de los otros. Así fue muy difícil parar. Ninguna pareja (o grupo) quería detenerse antes que cualquiera. Y seguían allá y allá. Chasquidos y jadeos ondulaban a coro en mar de tejados y persianas o cortinas. En los bancos públicos.  En los preñados jardines.
Los niños estaban nerviosos e impotentes. Comprendían y no comprendían. No era exactamente la libertad la que los dejaba solos, tampoco el miedo. Pero escuchaban a sus padres y a sus hermanos cerca o lejos amar y desesperarse. Y los ancianos se consumían a sí mismos como llamas en recuerdos ¡en recuerdos!
Los pocos en la ciudad que estaban solos no pudieron resistirlo y decidieron escapar, abandonar, huir. Algunos coincidieron en la salida y los más valientes se abalanzaron en las puertas mismas, en las plazas o en los coches y se unían al clamor de besos y lenguas. Los que sí salieron de la ciudad no pudieron alejarse mucho, pues en el fondo no soportaban perder el grave palpitar sonoro de tantos cuerpos. Abandonaron los caminos y se instalaron como alimañas en los campos de las afueras.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Lo que una vez fueron casas ahora eran calles. Uno entraba libremente por una puerta hecha a medida para impedir la entrada y seguía escaleras arriba. En la ciudad de segundo nivel seguía paseando y miraba hacia abajo. Allí todo eran ruinas y riesgo, pasarelas endebles, pero la gente lo asumía como algo rutinario. Apenas consideraban a los antiguos amantes adolescentes besándose a la vista, que ya no estaban. Subían y bajaban de las casas, entraban y salían por las ventanas. Llamaban a los cuerpos y salían a recibirse. Y por la tarde volvían camino atrás a las cenas de grupo y las camas ansiosas. Las llaves se vendían en los puestos y quioscos. Cada una servía para muchas casas, otras eran sólo de adorno. La mayoría de las casas estaban abiertas, no todas. No todas estaban abiertas siempre: unos días unas, otros días otras (había que improvisar los recorridos, por eso había tanta gente comprando llaves hermosas en las tiendas). Atravesaban dormitorios. Se paraban a conversar como suspendidos mientras otros andaban. Ayer fue el cuarto de una adolescente, se ven sus ropas y sus fotos, hoy era una plaza abarrotada de palomas y niños, y la adolescente la vemos caminar por encima de los museos y las cafeterías. Eran aquellos días gloriosos. La gente no se daba cuenta; entretenidos en su amor, atareados de poesía, caminaban y caminaban.

martes, 28 de octubre de 2014

Luchaban en absoluta oscuridad. La única referencia era el ruido de los golpes y el chapoteo rebotando en paredes lejanas o el suelo, la humedad arriba o abajo de la caída. Durante mucho tiempo pensó que se trataba del ladrón de cartas; pero la desesperación de su pelea, su torpeza, la ingenua vanidad de sus zarpazos, le hicieron sospechar que era uno más de los que buscaban su guarida, como él. Luchaba con un fantasma. Aquellos fantasmas habían deformado su estilo a base de luchar contra otros fantasmas, y si él redundaba en esas batallas por túneles y catacumbas seguramente acabaría convertido. El combate se volvió tedioso o terrorífico. Era difícil saber si uno mordía al otro o a sí mismo, si recibía al mismo tiempo los dientes del otro o de sí mismo. Era difícil saber si uno u otro luchaban por vencer o por huir.
Cabía la posibilidad de que el propio ladrón, habituado aún más a esos exploradores-vigilantes, remedara su estilo de lucha para pasar desapercibido. ¿Estaría entonces luchando con él? Y acaso esa era la duda que el ladrón jugaba a sembrar o era una duda huérfana que acababa, eso sí, convirtiendo a sus perseguidores en guardianes fantasma. ¿Sería acaso él mismo el ladrón? (Continúese el mismo razonamiento anterior) ¿Tendría quizás el ladrón un mapa de los fantasmas, un mapa de sus estilos, que le permitiera desplegar un lenguaje de peleas en las más recónditas y húmedas oscuridades?

lunes, 27 de octubre de 2014

En la casa de los pájaros vivía una muchacha linda de preciosos diecisiete años. Tenía el pelo muy largo, blanco o gris. Era tan anciana que se dedicaba a silbar, por eso llamaron a su casa la casa de los pájaros. El zaguán estaba siempre abierto. Las paredes del zaguán estaban totalmente cubiertas de azulejos y mosaicos que representaban una selva, con monos y dragones y aves de todo tipo y hombres diminutos, elfos, herrerillos, alcaudones, búhos y uno mismo reflejado en las teselas y gloriosos arrendajos; por eso llamaban a aquella casa la de los pájaros, porque allí vivía una anciana de hermosos ojos verdes que no dejaba de silbar. Por una esbelta, esbeltísima, cancela (los barrotes retorcidas ramas de bronce modernista o de hierro art decó o madreselva mágica) se veía un patio grande, blanco y luminoso -pozo y ciprés, poblados macetones-. Quien se asomaba veía siempre a una niña rebosante de amor que jugaba con jilgueros y periquitos. Por sus pasos de sabia adolescente podía deducirse con facilidad que estaba profundamente trastornada, la niña, no la cancela ni la casa. Sólo cuando detenía su mirada y entonces se paraba toda ella, lejos, a mirarte, si eras tú quien realmente se paraba a mirar desde el zaguán, se detenía y parecía profundamente sabia y niña y uno era capaz de enamorarse de esa mirada. Por eso la llamaban la casa de los pájaros, porque era como el nido de un insecto que atrae con forma de orquídea esmeralda a los incautos. Y después uno vive enfermo de amor y no lo sabe y va por la ciudad metiéndose en zaguanes y vicheando patios en busca de la mujer que ni siquiera recordó haber imaginado nunca.

domingo, 26 de octubre de 2014

-Deja lo del nombre. No busco un nombre, lo que quiero es una historia -dijo el hombre muerto.
-Pero un nombre me facilitaría mucho las cosas -alegó el novelista.
-Y si buscara algo fácil, ¿me habría puesto en manos de un profesional?
-Usted quiere contratarme, ¿pero no sabré a nombre de quién trabajo?
-Estoy aquí, tienes mi correo, tienes mi teléfono... trabajarás para mí. 
-Perdone, me resulta un poco incómodo. ¿Cómo voy a contar su historia? 
-Eso es cosa tuya.
-¿Le llamo Tomás, Andrés...?
-¿A quién, a mí? Deja ya de tutearme, ¿no eres extranjero? Me agotas... No, no... No me gustan esos nombres. Deja eso te digo. Primero la historia, luego ya saldrá el nombre.
-Dime quién eres, dime algo de ti...
-Eso es lo que quiero que cuentes, para eso voy a pagarte.
-Pero deme algo para empezar.
-Soy un asesino. Soy un ladrón. Me escondía. Me escondía tanto que no logro distinguirme. Me perseguían. He trabajado con mis manos para construir mi guarida tanto que tal vez sólo haya sido el empleado ignorante. He abierto la piel y he escondido los cuerpos con mis manos o he firmado documentos cuando estaban limpias. Le tapaba las bocas para que no gritaran al morir y los manchaba con su propia sangre. He peleado a puños con los que me perseguían si es que yo era entonces el perseguido, la víctima, el muerto. Pero nada de eso vale. Quiero que seas tú el que cuente mi historia.
-Puedo decir entonces que es un asesino.
-Si lo ves conveniente... es tu historia. Tú la escribirás.
-¿Y qué diferencia hay entre que lo digas tú o lo cuente yo?
-¡Yo qué sé qué diferencia hay! Tú eres el escritor, tú eres el que sabes de explicar las diferencias. Averígualo. Cuéntalo. 

sábado, 25 de octubre de 2014

Justo en la plaza del museo vivía un hombre muerto. Probablemente el hombre más inquietante que he conocido. Para mí y para los de mi profesión llegaba a resultar exasperante. Cuando acabó conmigo decidió empezar a trabajar con un maduro traductor y novelista en ciernes (esto quiere decir: amplia y anónima trayectoria como traductor y reseñada primera novela recién publicada). Se reunían en la plaza del museo. Uno de los lugares más agradables de toda la ciudad, al menos en aquella época. A esa plaza desembocaban cinco calles distintas y estaba cerrada por cuatro palacios al menos, uno de los cuales se estaba (eternamente) reconvirtiendo en el Museo Arqueológico. 
El maduro traductor y novelista en ciernes era David Anderson. El hombre muerto contrató sus servicios para que contara su biografía. Había muerto en algún momento del futuro, pero como tenía tan mala memoria para el futuro no conseguía recordarlo; en ese aspecto, la contribución del novelista era fundamental. Las conversaciones tenían lugar bajo el viento amable, la sombra de los árboles altos y antiguos y a la vista de las cuatro señoriales fachadas, porque en cualquier otro lugar hubieran resultado insoportables.

viernes, 24 de octubre de 2014

Subiendo la escalerita de la Torre Malmuerta, a la derecha, se llega a un coqueto mirador no más grande que una amplia terraza. Desde allí se contempla, de noche, desplegarse la ciudad como un jardín colgante de tejados hasta el río. Las lejanas ventanas se confunden con los farolitos de la terraza, y las macetas con los árboles de las plazas. La noche es difícil de reconocer si se encuentra dentro o fuera.
Allí sirven el más delicioso y dulce ponche, que sirven en elegantes vasos alargados y curvos casi tan largos como un antebrazo. Siempre que llego falta poco para que cierren; pero nunca llego, sino que siempre estoy allí acabando de llegar. Miro sorprendido el paisaje y me lamento de que no vaya ese lugar más a menudo. ¿Por qué hace tanto tiempo que no decidimos venir?, es siempre la pregunta. Pero, a pesar de este íntimo reproche, no conozco lugar en la ciudad más acogedor. 
Unas veces no es más que la terraza. En otras se compone de un conjunto de balcones, casi jardines. La mayoría de las veces es todo un restaurante, pero de pequeños salones, celditas. Incluso nos hemos sentado en el suelo de los pasillos, y allí hemos comido espesos platos de exóticas lentejas, sobre alfombras, medio acostados en cojines, con luz muy tenue de conversación. Y desde una habitación se intuyen las otras, al menos su luz, o sus platos y su música (porque cada vez y en cada rincón hay una música distinta).
Allí me encuentro con amigos que llevo sin ver dos o veinte años. Con amores que creí haber dejado atrás. Con los que no me atreví a saludar en su momento. A los que desdeñé. Quienes llevan un estilo de vida que acaso envidio. Los que hablan muy profundamente de lo que yo considero superficial y comprenden realmente la vida. Y yo encuentro siempre mi lugar, esperándome, entre ellos, y paso allí solo el resto de la noche, que siempre dura sólo ese instante. Miro lejos el tiempo perdido, que es la ciudad, el rincón o la tertulia jocosa, el tiempo que se extiende en todos esos otros lugares que sí visito con frecuencia cuando debería volver más allí.

jueves, 23 de octubre de 2014

Así que acordaron que quien debía ser el viejo gnomo quien debía intentar penetrar en el viejo palacio. Las estrechas calles que lo rodeaban sólo se vaciaban en dos momentos: la madrugada y la sobremesa; si bien, sólo de día permanecían abiertas las ventanas de los pisos más altos. El gnomo saldría esquivando rodillas y cinturas por su bulliciosa arteriola de tiendas y turistas confiando es su patente invisibilidad fuera de su cubil. Su pelo hirsuto y sin color lo ayudarían. Sus ropas pasadas de modas pasadas de moda lo ayudarían. Su piel de ladrillo y su mirada introspectiva.
Mientras todos atendías sus digestiones o sus pesadas tertulias a la mesa, el gnomo tensaba una cuerda entre tejados y se lanzaba hacia una de las muchas fachadas del palacio. En cada gesto lamentaba lo que consideraba una profunda falta de respeto a su perfil; pero ahí estaba, ahí lo habían conducido la urgente ficción de los tiempos. No había remedio y llegado a este pensamiento prosegría su escalada. 
Cuando alcanzó la primera ventana, cerrada, oyó que regresaba el rumor de la calle pisos abajo. Subía con insultante comodidad, el ruido, los olores de femeninos perfumes que van a trabajar, a mancillar con su fragancia de seducción el mundo, la ciudad, las casas ajenas. La gente se amará sin saber por qué, sin saber que fue por la mujer recién perfumada que pasó de camino a su trabajo. El gnomo podía olerlo desde su posición. Se resignó a abandonar la atención de ese mundo y fue en busca de otra ventana, aún más arriba. Por supuesto, no podía abandonar aquella estación sin echar una ojeada dentro del palacio.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Aurora tuvo tres hijos: uno de ellos era un gigante. Salía muy poco de casa porque le cansaba andar. Pocos recuerdan algo de su infancia. Mediodía, el gigante, pasaba largas horas estudiando la historia de la ciudad. Él sí conocía las infancias de todos y cada uno. Tenía a su servicio un séquito de exploradores que recogían aquí y allá chismes y anécdotas. Fue el primero en suponer la existencia del ladrón de cartas. Que consiguiera manter el secreto durante tanto tiempo fue una proeza proporcional a su tamaño.