El frío va a estrechar tus brazos, va a atenazar tus dedos.
Esto viene de muy antiguo: de antes de la queja
y del cuchillo y de los labios
de moda. Viene como el nombre
que se le puso al viento. Tus dedos deberían
conservar el deseo
de su cuerpo, la curiosidad
de esa búsqueda, y debería bastar. Un gesto se ha adelantado
y ha mordido esa manos. ¡Ah, fue sólo imaginación!
Sentado a su mesa de atar, un hombre corrige.
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