viernes, 28 de noviembre de 2014

Según dicen, Borges, el ciego, dio una vez una peculiar conferencia. Tras el discurso de rigor, se abrió el tradicional turno de preguntas y debate. Entonces, Borges se enredó en contar una anécdota y se metió tanto en su elocución que la historieta se prolongó durante tres días enteros. Fue todo un acontecimiento, por más que diera al traste con el programa de las jornadas culturales, por más que echara por tierra la vanidad y la foto de los políticos de turno. Durante setenta horas el salón fue una marea de gente que entraba o salía para seguir, acceder o rendirse a la curiosa, hipnótica y desmedida anécdota borgiana.
Decía que se había encontrado en el archivo municipal –y esto podía comprobarse– un manuscrito original de Maimónides. Se trataba de un texto personal, un juego, un apunte críptico; difícil saberlo. El texto tenía toda la pinta de ser un texto de juventud; pero había quien consideraba que en realidad, era un juego del viejo Maimónides imitando su estilo de juventud (tanto en retórica como en caligrafía), para que soportara mejor posibles censuras si acaso lo descubrían. Algunos consideraban que Poe había tenido acceso a este manuscrito y que desde él desarrolló la criptografía lógica con la que escribía sus relatos aparentemente fantásticos. Hay, incluso, quien ha utilizado este texto como prueba para demostrar que Poe nunca existió, y que se trataba de Luciano de Samosata repartiendo sus disfraces entre la historia de la literatura para pasar desapercibido. Otros consideraban que todas estas disquisiciones las había promovido el mismo Maimónides para despistar, y al mismo tiempo dar la pista verdadera de cuál era el sentido con el que había que leer su  texto.
En el manuscrito, Maimónides describe una larga conversación mantenida por Sócrates y Averroes. Estos dos filósofos daban vueltas y vueltas por el borde interior de la gran Mezquita. Con las horas, un nutrido séquito de curiosos, alumnos, intelectuales, censores, seguían a los dos filósofos, como la cola de un cometa, en su periplo continuo, en el sentido inverso al movimiento de la sombra del sol o las estrellas. Por supuesto, Sócrates estaba disfrazado para que nadie lo reconociera; sólo los más avanzados, por su manera de hablar, sabían que era Sócrates. Durante al menos tres días estuvieron vuelta que te vuelta sobre el complejo mito triangular de Ariadna, Teseo y el Minotauro.