martes, 20 de enero de 2015

Pigmalión

El hombre se sienta   roto ante su máquina.   Quieto la contempla.
Con paciencia teje,   sin saber funciona,   y a veces la odia.
Respira y palpita:   su respiración   ocupa el paisaje,
de su pulso brotan   y revolucionan   los gritos, los pueblos.
Retoca al dictado   de lo que acontece.   Casi es un abrazo,
un gesto. Un instante   tiembla entre sus dedos:   sabe que su máquina
es un reflejo en un río.
Y pronto se apagará.