El hombre se sienta roto ante su máquina. Quieto la contempla.
Con paciencia teje, sin saber funciona, y a veces la odia.
Respira y palpita: su respiración ocupa el paisaje,
de su pulso brotan y revolucionan los gritos, los pueblos.
Retoca al dictado de lo que acontece. Casi es un abrazo,
un gesto. Un instante tiembla entre sus dedos: sabe que su máquina
es un reflejo en un río.
Y pronto se apagará.