domingo, 12 de junio de 2011

Ah, amigo, esa es la duda perfecta.
Tanta era tu vigilancia, amor,
que me entregaste a Ío
para que no pensara en los sueños.
Un día viví entre la puerta
de mi cuarto y la fachada de tu alma.
Mercadeaba vientos pero hice de tu cuerpo
mi ciudad, amurallada de besos,
transitada de cables y canciones,
nervios y cloacas, lluvias, ojos.
Ahora ya no sé si estaré, pues desconozco,
¡lánguidos billetes de tormenta!,
el idioma de la distancia.