viernes, 14 de noviembre de 2014

El estrecho pasadizo terminaba por unos empinados escalones detrás de una alacena. Por alguna celosía del mueble podía verse la habitación desde dentro aún del escondite. Un matrimonio estaba desayunando, ajeno al nuevo inquilino que los observaba; pero ella no comía, sino que leía unos papeles y él, saboreaba su taza -café, llegaba su olor hasta la nariz del espía- con ojos expectantes sobre la lectura de ella. 
Cuando se adaptó al nuevo juego de clarooscuros de aquel incómodo lugar, descubrió que un pequeño gnomo compartía su cubil. Estaba esperando, como él, y ya lo había descubierto. Lo vigilaba tanto como vigilaba a la pareja desayunando. Con todo, no hizo el más mínimo gesto: sus miradas se cruzaron en la sombra pero en nada cambió la actitud del gnomo, paciente, incisiva.