viernes, 26 de diciembre de 2014

El sello de la dicción

Esto viene cocido por el fuego del decir y la caldera de la escucha. Una fuerte reticencia tira de mí en cada enunciado, como si de unas bridas se tratara. Y es por la más o menos reciente convicción de que enunciar asienta un matiz en un trono, mientras los otros huyen exiliados y dejan de actuar. Quien no tiene esto en cuenta mantiene una relación tal vez peligrosa con lo que escucha decirse a sí mismo y el decir de otros. Acaso esta prudencia sea una exageración.
La intuición de ese lugar es un delirio.
Porque una cosa es suponer que detrás de su enunciación hay un lugar, otra cosa muy distinta es sentir que a través de la enunciación uno siente ese lugar, el lugar preciso. Como ese lugar es previo o está fuera de la enunciación, no es verbalizable. Al explicarlo se desvanece como un sueño. Si lo explicara se convertiría en un delirio contundente. No explicarlo alienta la depredación de la fantasía. No tenerlo en cuenta es imposible.