jueves, 11 de septiembre de 2014

Remington echaba de menos a una mujer que no había conocido nunca, precisamente por no haberla conocido. Ni siquiera se explicaba de dónde habían surgido esos sentimientos que como una humedad había ido coloreando sus pensamientos. Lo más probable es que ni siquiera supiera, al principio, en qué consistía, que fuera anhelo o nostalgia, verbalizable. Ningún otro tenía noticia de sus fantasías previas. Él mismo no atesoraba en su yo memoria de sus fantasías. Nadie lo había sorprendido nunca en plena danza imaginaria con su Liz imaginaria. ¿Vamos a deducir ahora cómo lo descubrió?
En primer lugar, sentía. Sus sentimientos, no definidos ni ordenados por el discurso, eran una realidad evidente.