lunes, 25 de octubre de 2010

III
.....Los dos hermanos más jóvenes prepararon el desayuno. Tenían hambre no de leche ni requesón, miel, dulce de membrillo. Querían saber. Especialmente Nuria, que se acababa de levantar. Probablemente habría escuchado despierta todo el trajín de la madrugada; pero no se había atrevido a salir. Los dos trabajaban en silencio, repitiendo por primera vez lo que hasta ahora habían sido movimientos rituales de cada mañana.
.....Seguían la indicaciones de su madre, preocupada por que un buen desayuno reconfortara cualquier fatiga. Nada era más acogedor y hospitalario que una mesa bien alegre en la mañana. Más reconfortante que el sueño. Y Tomás, mientras colocaba cuencos, cuchillos en la mesa, observaba que sí, que el pronto despertar de los huéspedes, desplomados en los sillones, contentos al soniquete de los tarros, confirmaba esta teoría. Sonreían al oler la comida, y al ver el fino cuerpo de Nuria, con su pequeña melena bien peinada, cortando rebanadas de pan.
.....A través de la ventana veían a su padre y a Evans en el patio, hablando aún con uno de los hombres. No habían dormido nada, y parecían ajenos incluso a la posibilidad de que existiera la idea misma de desayuno. Tomás, Nuria, probablemente también la madre ausente, querrían saber de qué estaban hablando; pero no se atrevían a decir nada. El mismo Evans callaba allí con atención. Y durante un buen rato, la mesa quedó puesta, los hombres despiertos y expectantes, los muchachos nerviosos, y nadie se atrevía a decir nada.
.....Apareció por fin la madre, bien arreglada, después de toda esas horas de trabajo. Compuso una expresión tierna y jovial. El convaleciente parecía dormir de forma estable. Invitó a todos a comer. Llamó en voz alta a su marido. Era admirable su arte para construir un hogar. En un momento, las tribulaciones parecían lejanas (sólo en las mentes). Como si no fuera un milagro esa mañana tranquila, todos estaban a la mesa, y parecían conocerse desde hacía tiempo.
.....Nuria y Tomás mantenían los ojos abiertos. Sólo querían saber. Les gustaría reivindicar una posición similar a la de Evans; pero su ignorancia les derrotaba. Porque ellos no podían entender lo que los hombres sentían al mirarlos: el recuerdo de su propia infancia, de sus propios hogares, de sus hijos y todo lo que habían dejado atrás. Lo inocente y amado que habría de vivir la violencia de estos días sin ellos. Evans, Nuria y Tomás no sonreían.