jueves, 9 de mayo de 2013

Te atreverás a no pintar de noche en los muros
de las esbeltas viviendas respetables.
Te atreverás a no tallar con finura oriental
el asa de los muebles tan novedosamente útiles.
Te atreverás a dejar mi cuerpo de lado
como esas palabras por miedo que estrangulen
–según los manuales de primeros auxilios
que toda persona nece nece necesita–
con renovada valentía ahora que conoces
qué es arte y qué es espacio de amor
el corazón la filigrana el ojo y la
¡herida, por Dios, La Herida!
a transigir en silencio
por respeto a la ignorancia
–hermosa belleza ignorante–
y a lo que aún ha de estar muerto.
Después de nosotros, se conocieron nuestras manos.
Después de ellas, ni tú ni yo éramos los mismos.
Después que nosotros, ahora con manos, se conocieron
la lengua y la palabra, el sexo y el sudor.
Líquido por líquido, estación por estación,
ni tú ni yo volvimos.
Placer desconocido. Emoción que nos visita,
a la que cómplices atendemos porque sabemos
que acabará con nosotros, como sospecho
que acabas al morder contigo y acabo
de soñar contigo. Salimos esta tarde
a pasear con estas y otras cosas.
He visto en tus ojos un vacío, que es
el reflejo del vacío en mi mirada.
Fui a llenarlo de besos pero me encontré
globos cerrados, labios sellados.
Vacío de una boca que ni oye ni escucha.
Por eso uso las palabras, que en realidad no son nada.