domingo, 23 de noviembre de 2014

Convocó a todos los arquitectos: los que participaron en proyecto original de la segunda ciudad, viejas glorias de bibliografías y facultades; los diseñadores de la tercera ciudad, el secreto a voces, aún clandestina; otros, mundanos, jóvenes, estudiantes, artistas de todo tipo, con o sin renombre. Fue un acontecimiento emocionante. De hecho, muchos de los arquitectos extranjeros no llegaron a salir de la ciudad, debido al profundo enamoramiento que gestaron esa noche (cierto que se prolongó hasta el segundo amanecer). Y es que, al salir, los arquitectos fueron encontrando una carta de amor en sus bolsillos. Ninguna carta iba destinada a su portador, pero habían sido cuidadosamente seleccionadas para que conmovieran con escrupulosa precisión (y un toque de celos) el corazón concreto. Esa fue su tarjeta de presentación. A partir de esa noche todos supieron de su existencia; pero nadie volvió a verle, ni encontraron nunca más a nadie en aquella desmedida mansión que tan sabrosas horas había desplegado.