martes, 17 de junio de 2014

Hubo en mi familia un clima prebélico
entre cuchillos y vasos, tenedores y servilletas.
Éramos dioses a la mesa antes de conocer a los dioses.
Era una consecuencia de la forma, no de los dioses.
No sé qué fue de ese clima, si ha sido mi vida.
Esa guerra que queda aún por arrancarse.

Los adornos en las sábanas de niños, las arrugas
imborrables, esa noche, justo antes
de que todos los monstruos hicieran las paces,
de que ardieran de olvido brillando los sueños.
Si hablo me verán.
Como si hubiera relación real entre
un sonido fugaz en la palabra, un chasquido
irregular que suene entre labios, el latido
imperceptible arrastrado en la boca.
Un hambre hipócrita. Un pulmón eficaz.
¿Cuándo me han visto?
¿Cuándo he estado realmente en ningún sitio?
Alguien recibe en la llamada al descolgar
titubeos incoherentes llamándose miedo.

Era mejor callar, porque cualquier
ingenuo enunciado
sería capturado en plena destrucción.
Un juicio risible, inapelable bufón.